Cinco días lleva cazando moscas el presidente del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo. Ganador de las elecciones el pasado 23 de julio se encuentra sin aliento para intentar revertir la aritmética electoral que deja al gallego con los 169 de su formación y Vox y, como mucho, los dos diputados de UPN y Coalición Canaria. Insuficientes para asaltar la Moncloa y cuestionado por su formación política, ya que ahora se ve claramente que el pacto con Vox en autonomías como València y Baleares y el odio de los conservadores a la lengua catalana ha sido su perdición. Eso ha ido de muy pocos diputados, pero los suficientes para que esta cuestión fuera relevante en el País Valencià, en les Illes Balears y en Catalunya.

Cada vez que la prensa española estira del candidato conservador hacia la derecha extrema, el PP se queda sin opciones de gobernar. Es una máxima que se viene repitiendo sin que entiendan nada en la calle Génova. Alguien debería hacerle escribir cien veces en la pizarra a Feijóo que contra Catalunya nunca podrá gobernar, que optar por un candidato de Ciudadanos como Nacho Martín Blanco en una campaña electoral, no es la mejor decisión, como me consta que le dijeron influyentes empresarios del centro-derecha, y que aupar a Jaume Collboni a la alcaldía impidiéndole a Xavier Trias que fuera alcalde de Barcelona tendría sus consecuencias. Incluso Daniel Sirera, que acabaría votando a Collboni, se lo dijo sin resultado alguno. Todo ello, le restó velocidad de crucero al PP y los socialistas, hábilmente, abrieron una horquilla de 13 diputados.

Ninguna encuesta daba 19 escaños al PSC y la gran mayoría le daban más de los 6 que obtuvo al PP. Debe ser Catalunya la única circunscripción en la que, además, los socialistas han sido capaces de ensanchar su diferencia con los populares, ya que hace cuatro años la diferencia era de diez. Son, sin duda, esos los diputados que le faltan a Feijóo y que le han amargado las elecciones. Puede darle las gracias a El Mundo, ABC y La Razón, Antena3 y Telecinco, a la judicatura del Supremo y de la Audiencia, a los fiscales VIP y a las asociaciones contra el catalán. No aprenden nunca la lección: contra Catalunya no hay nada a hacer. El tiempo siempre vuelve a esta máxima que tanto les molesta y que, además, en esta ocasión emerge con el rostro de su máximo adversario, Carles Puigdemont. Hay pesadillas que son mucho más suaves que esta.

El presidente catalán en el exilio no solo ha visto desaparecer dirigentes políticos —¿dónde están los Rajoys o las Sorayas? ¿Los Riveras o las Arrimadas? ¿O incluso Pablo Iglesias o Colau?—, sino que está ante su gran oportunidad en el tablero español. De golpe, todos quieren saber que hará Puigdemont y empiezan a tocar a puertas que ya habían borrado de la agenda. Y Feijóo se lo mira estupefacto y sin saber qué le deparará la ruleta que no se parará en la bola roja de Isabel Díaz Ayuso porque a la madrileña no le interesa ahora. Dice alguno de sus colaboradores que en la infausta noche que vivió el 23 de julio solo pensaba en dejarlo y regresar a Galicia. Ahora, sigue en su despacho de la calle Génova, con la agenda medio vacía, ya que aquellos que iban a acudir a pedirle su parte del pastel han perdido interés. Y es que los perdedores, lo primero que notan es que la agenda se le vacía. Y no porque sea final de julio.