Si ha habido en Catalunya en las últimas décadas un verdadero filántropo —odiaba que se le considerara mecenas— que ha destinado su patrimonio a hacer país a través de la lengua, el arte y la cultura, este ha sido, sin discusión ninguna, Antoni Vila Casas, cuyo fallecimiento a la edad de 92 años se ha comunicado este sábado a través de su fundación. Representante de una burguesía catalana que ha ido perdiendo lustre con el paso de los tiempos, Vila Casas encarnaba la excepción en una capa social que ha preferido hacer dinero antes de adquirir cualquier compromiso con el país. Era, en el término mayúsculo de la expresión, un patriota catalán.

Cuando a los 74 años le diagnosticaron un linfoma y los médicos le dieron dos años de vida, todo lo que le rodeaba dio un vuelco espectacular. Vendió sus acciones de Almirall-Prodesfarma a los Gallardo y otra empresa de complementos alimentarios y parafarmacia a Joan Uriach. Fue en ese momento, en 2004, cuando empezó a dar volumen a su fundación para la promoción del arte y en estos momentos es una de las entidades privadas más activas en la difusión del arte catalán, con sedes en Barcelona, Torroella de Montgrí y Palafrugell.

Desde su fundación ha ayudado a numerosos artistas catalanes, ha participado en proyectos culturales diversos y ha impulsado con enorme generosidad la actividad artística catalana. Decía siempre que con su acción quería devolver a la sociedad parte de lo que le había dado. Era una verdad a medias o una explicación, si se quiere decir así, propia de una persona discreta en todo lo que hacía. Esta manera de ser casaba a la perfección con su enorme capacidad como contertulio, siempre activo en cualquier tipo de conversaciones y no solo culturales.

Porque si Vila Casas tenía una característica casi única entre los de su clase es que no tenía pelos en la lengua a la hora de hablar de temas políticos candentes, siempre desde una mirada muy catalanista que le llevaba incluso a reprochar a otros burgueses como él que no hicieran lo mismo. El dinero es cobarde, solía decir cuando tenía que dar explicaciones del declive de las élites catalanas en algunas reivindicaciones catalanas ante Madrid. O bien, a la hora de señalarlos por la ausencia de otros ricos catalanes cuando se trataba de invertir en ayudas a la cultura catalana. Son unos tacaños, resaltaba.

Con Vila Casas se va una parte de lo mejor del país. Y deja un vacío difícil de llenar. Nunca conocí a nadie que le hiciera apear de sus principios, ni situación, en estos años difíciles, en la que tuviera que dar un paso atrás para no enervar a esa burguesía españolista que es la que ha acabado marcando el paso.