Con un discurso áspero, contundente y desafiante, Donald Trump asumió de nuevo, alrededor del mediodía de este 20 de enero de 2025, la presidencia de los Estados Unidos. Sus palabras fueron las previstas y confirmaron que el mundo se adentra en un túnel oscuro, del que no se sabe a ciencia cierta cuál es su longitud, pero se intuye largo, con muchas curvas y con peligrosos desniveles. Fue despiadado con su predecesor, Joe Biden, y su administración, una crítica que el demócrata aguantó estoicamente a una distancia de tan solo un par de metros, en parte porque el protocolo así lo manda pero, seguramente, también porque desde hace ya tiempo los problemas terrenales los sobrevuela más que los afronta. La visión de Trump de lo que espera sea su presidencia en su segundo y último mandato se resume en su afirmación de que la edad de oro de Estados Unidos empieza ahora mismo, con su toma de posesión y, en contrapartida, lo que denomina declive del país ha terminado con su llegada a la Casa Blanca.

Quizás, lo más llamativo de las palabras de Trump, por otro lado esperadas, fue su declaración de dos emergencias nacionales: la relacionada con la inmigración en la frontera sur con México para proteger, dice, a los ciudadanos de los Estados Unidos ante lo que no dudó en calificar de "invasión" y una emergencia nacional energética, por lo que ampliará los permisos de explotación petrolera para aprovechar las mayores cantidades de petróleo y gas de cualquier país del mundo. Todo ello aparecerá a buen seguro en el centenar de órdenes ejecutivas que pretende firmar antes de que acabe su primer día del nuevo mandato y con las que pretende dar un volantazo a la herencia recibida como nunca hizo antes un presidente norteamericano en tan poco tiempo. Sus reiteradas amenazas a Panamá, prometiendo retomar el control del Canal, ya no son bravuconadas, sino que forman parte de su agenda inmediata, igual que renombrar el golfo de México como "golfo de América" y cambiar el nombre del monte Denali, la montaña más alta de Norteamérica —ubicada en Alaska—, el cual volvería a llamarse monte McKinley. Sonora fue la carcajada de Hillary Clinton al oír lo del golfo de América.

El Trump novato de su primera presidencia, acostumbrado a tropezar permanentemente, ya forma parte de la historia

Toda la puesta en escena de estas primeras horas de Trump viene a confirmar que el presidente novato de su primer mandato, acostumbrado a tropezar permanentemente en sus decisiones, ya forma parte de la historia. Hoy tiene todo el poder ejecutivo y legislativo: controla las dos Cámaras, Congreso y Senado, y un Tribunal Supremo de una orientación conservadora incuestionable. Para superar el entramado administrativo de Washington, el cual repudia con la misma fuerza que sus miembros lo hacen del presidente, ha confeccionado un gabinete aparentemente sin fisuras y donde prima la lealtad por encima de otras consideraciones. Con esta guardia de corps pretende superar cualquier obstáculo para imponer su doctrina y garantizarse la materialización de sus promesas, sean de defensa, política exterior, economía, política migratoria, energética, de género, educativa o sanitaria. Todas las pretende cambiar y no con medidas cosméticas, sino con decisiones de calado que aseguren una difícil vuelta a la situación actual.

Si Trump llegó con todo el poder rendido a sus pies, Joe Biden abandonó la Casa Blanca con la pesada carga de la derrota y de no haber hecho posible en tiempo y forma una alternativa potente a Trump, no la urgente e imposible candidatura de Kamala Harris. Biden ya forma parte del selecto elenco de expresidentes, en un país que cuida como ninguno a sus mandatarios, más allá de su legado y de sus éxitos o fracasos. El 46º presidente se fue del Capitolio en un helicóptero Marine One, con un indisimulado amargo sabor de boca que mucho tiene que ver con lo que acababa de escuchar en el Capitolio y con la definición de era de decadencia que había dedicado Trump a sus cuatro años de mandato. En su último discurso en la base militar de St. Andrews, ya como expresidente y dirigiéndose a sus simpatizantes, expresó un deseo que hoy suscribiría mucha gente. Que dejaba el cargo, pero no la lucha. Ciertamente, él deja las dos cosas, pero el mundo va a tener que luchar para que los apocalípticos discursos de Trump no se hagan realidad.