Recuerdo de mi infancia y mis años de adolescente que uno de los productos más vendidos en Navidades en la librería de mis padres era el calendario Myrga de sobremesa, muchas veces con su correspondiente portacalendario que solía ser de un plástico rígido indeformable de color negro, con anillas metálicas. No había mesa de oficina que no lo tuviera, ni tampoco había nadie que quisiera empezar el año sin algo, en aquella época, imprescindible, ya que allí se anotaba todo lo que se debía hacer o recordar para que no se te pasara. Han pasado muchos años, ciertamente, y tratar de explicar esto a las nuevas generaciones es un ejercicio imposible en un momento en que el teléfono móvil ha sustituido, entre funciones caducadas, anotar cualquier cosa a recordar, incluidos números de teléfono.
Aquellos calendarios se pasaban día a día. Los días laborables estaban marcados con color negro y los festivos en rojo. Hace ya muchos años que dejé de verlos, aunque sé que se siguen vendiendo, porque un día de estas fiestas lo vi en un catálogo junto a otros objetos de escritorio en desuso. La empresa ya no pertenece a la familia barcelonesa de Miguel y Ramón Gilabert, sino que está integrada en otra ubicada en l'Hospitalet, especializada en artículos de papelería y regalos. De un tiempo a esta parte, cada vez que escucho o analizo cómo actúa y se comporta Pedro Sánchez, me recuerda a aquellas hojas del taco del calendario Myrga.
Sánchez consigue que los temas se vayan demorando y que el tiempo no transcurra para él
Su objetivo siempre es el mismo: ganar tiempo e ir pasando, lo más lentamente que pueda y con el menor coste posible, las hojas de calendario. Completó 2024 con un peaje casi ridículo de sus pactos de investidura con los independentistas —a estas alturas, cuesta incluso salvar la ley de amnistía, ya que ahí siguen los líderes del procés o cientos de perseguidos a los que se les sigue mareando mientras tienen que ir desembolsando euros para ir presentando escritos— por más que el ruido de los medios de Madrid a veces lleve a pensar que el independentismo siempre gana y solo hace que cobrar y cobrar.
Sánchez es todo un especialista del control del tiempo y eso es, sin duda, una virtud. Consigue que los temas se vayan demorando y que el tiempo no transcurra para él. Este martes, 7 de enero, estaba previsto que la Mesa del Congreso debatiera la iniciativa legislativa de Junts sobre la necesidad de que el presidente del Gobierno se someta a una cuestión de confianza. De hecho, ya se hubiera podido aprobar el pasado 17 de diciembre si hubiera habido voluntad, ya que los letrados del Congreso redactaron un informe afirmativo sobre su validez. La Mesa, donde hay mayoría del gobierno, del PSOE y Sumar, decidió no tramitarla, alegando que la querían estudiar. Se dijo que se abordaría en la reunión del 7 de enero, pasadas las vacaciones.
Un tiempo que se consideraba importante para abrir unas negociaciones que dieran respuesta a los incumplimientos producidos. No se ha avanzado nada, porque reunión seria no ha habido ninguna. Solución, no se convoca la Mesa y sus señorías ya se encontrarán la siguiente semana. Y así, con dos leves movimientos, se ha pasado de una decisión que se tenía que adoptar el 17 de diciembre al 14 de enero. El Gobierno ha ganado un mes más y la vuelta a la normalidad no es otra cosa que la vuelta a la política estática. La del ruido, más que la de los resultados.