Tal día como hoy del año 1118, hace 906 años, las huestes del rey Alfonso I de Aragón entraban en Zaragoza y tomaban la ciudad más importante de la frontera superior árabe, llamada Al-Taghr. La caída de Sarakusta (el nombre árabe de Zaragoza) supuso un antes y un después en la evolución del mapa político del valle del Ebro. Con la toma de Zaragoza, que venía precedida de la conquista navarra de Calahorra (1045), las dos principales ciudades del valle alto y medio del Ebro pasaban a manos cristianas. Tan solo tres décadas más tarde (1148-1149), las huestes catalanas de Ramón Berenguer IV entrarían en Tortosa y en Lleida y completarían el dominio cristiano de la totalidad del valle del Ebro.
Los árabes habían conquistado el valle del Ebro entre los años 714 y 717. Y el nuevo sistema de dominación era el fruto de un pacto entre los conquistadores y las oligarquías indígenas, que habían aceptado arabizarse e islamizarse a cambio de conservar su estatus social, político y económico. Durante la época de dependencia de Damasco (717-752) y la posterior etapa andalusí (752-1036), el valle del Ebro había sido el dominio más septentrional de los árabes y había sido llamado Al-Taghr (frontera superior, en árabe). Y la dominación del territorio había sido ejercida por aquellas oligarquías indígenas, como los Banu-Qasi (descendientes de los Cassius hispanorromanos de Zaragoza) o los Ben-Llop (descendientes de los Llop hispanorromanos de Lleida).
Con la caída y fragmentación del Califato (1036), aquellas oligarquías de origen indígena no tan solo habían conservado el poder, sino que habían trazado alianzas políticas y económicas con los estados cristianos del norte, y los intercambios comerciales y humanos se habían intensificado notablemente. No obstante, a medida que se producía la caída de las principales ciudades de la histórica Al-Taghr (Calahorra, Tudela, Zaragoza, Calatayud, Tortosa y Lleida), estas oligarquías y una parte muy mayoritaria de las sociedades andalusíes de estas ciudades y estos territorios serían obligadas a emprender el camino del exilio, inicialmente, hacia la València musulmana, y tras la conquista de Jaime I (1229-1245), hacia el reino nazarí de Granada.