Tal día como hoy, hace 203 años, moría en Cádiz Antoni de Campmany, figura primordial de la Ilustración catalana. Nació y creció en Barcelona en una familia de larga tradición intelectual, muy implicados en la ideología de renovación política y social que postulaba la Ilustración. Las generaciones que le precedían habían dado personajes de relieve en el mundo de la cultura, sobre todo en el campo del derecho. Campmany, sin embargo, inició su carrera en el ejército español. Posteriormente se retiró y dedicó su existencia a la investigación histórica –sobre todo la referida a Catalunya– y al cultivo de la literatura.
Campmany representa el cambio de posicionamiento ideológico de las élites catalanas después de la derrota de 1714. Una ideología forjada por la nostalgia de un pasado de plenitud nacional que había sido cubierta con una pátina de la tétrica Ilustración borbónica dominada por la Inquisición. El resultado era una pintoresca y dramática españolidad magistralmente representada en las pinturas de Goya. Una estrambótica bandera de reformas políticas y sociales tan superficiales que no tenían ninguna trascendencia sustancial. Fue, también, un firme opositor a las ideas revolucionarias francesas, que combatió desde la defensa del foralismo catalán liquidado por la Nueva Planta borbónica.
Uno de los aspectos más desconocidos de su trayectoria, sin embargo, es su destacada participación en las colonizaciones modernas de Andalucía. Olavide, ministro de Carlos III, y Campmany se inspiraron en Voltaire para crear las Nuevas Poblaciones. Establecieron 1.500 familias, procedentes de Flandes, de Baviera y del Piamonte, a Sierra Morena y al desierto de Écija. Se les adjudicó tierra, casa, ganado y utensilios. La única condición que se les exigía era que fueran campesinos y católicos. Con el tiempo perdieron su lengua, pero han mantenido tradiciones y apellidos que revelan el inequívoco origen centroeuropeo de una parte de la actual población andaluza.