Tal día como hoy del año 1235, hace 789 años, las huestes de Guillem de Montgrí, arzobispo de Tarragona —en nombre del rey Jaime I—, y las de sus feudatarios (subordinados en aquella empresa militar) Nunó Sanç, conde de Rosselló-Empúries, y Pedro de Coimbra, conde consorte de Urgell, culminaban la conquista de las islas de Eivissa y Formentera, que de esta manera quedaban incorporadas a la corona catalanoaragonesa. Desde el colapso del Imperio Romano de Occidente (475), las Pitiüses habían estado en manos del reino germánico de los vándalos (siglos V y VI), del Imperio Romano de Oriente, llamados también bizantinos (siglos VI a X), del califato andalusí (siglos X y XI) y, finalmente, de los reinos taifas musulmanes peninsulares (siglo XI a XIII).
La población indígena de las Pitiüses había sido totalmente islamizada y arabizada durante los tres siglos anteriores. Y los conquistadores aplicaron un modelo de sustitución similar al que ya se había aplicado en la isla de Mallorca: la inmensa mayoría de la población fue deportada al norte de África y la minoría que se había resistido fue convertida en cautiva y vendida en los mercados de esclavos. Acto seguido, se aplicaron los acuerdos previos a la conquista, que dividían la propiedad de la isla en cuatro cuartos. Estos cuartos quedaban en manos de los señores feudales que habían financiado y liderado aquella empresa militar: el arzobispo de Tarragona, los condes de Rosselló-Empúries y de Urgell y el rey Jaime I como señor preeminente.
Una vez vaciada la isla, se procedió a la operación de repoblación y en este punto se volvieron a aplicar los acuerdos previos a la conquista. Se promovió el establecimiento de repobladores procedentes de los feudos de los señores feudales que habían liderado la conquista. Y se hizo de manera proporcional a la aportación de recursos de cada uno. De esta forma, la principal masa de nuevos pobladores procedía del Camp de Tarragona y, en menor medida, de los condados del Rosselló-Empúries y de Urgell. El aparato eclesiástico de nueva creación pasaría a depender de la archidiócesis de Tarragona, y lo sería durante seis siglos (1235-1851) cuando el Gobierno presionó para que las Pitiüses fueran incorporadas a la archidiócesis de València.