Tal día como hoy del año 1752, hace 272 años, en Barcelona, entraba en funcionamiento el sistema de alumbrado público con farolas de candil. Este sistema consistía en la instalación de farolas, mayoritariamente de pared, situadas principalmente en las esquinas de las calles, para reforzar la iluminación que proyectaban los pequeños puntos de luz, también de aceite, que los particulares, desde hacía siglos, colocaban encima de las puertas de entrada de las casas. Este sistema de alumbrado público exigía la dedicación de muchos operarios: cada noche y cada madrugada era necesario encender y apagar, de forma manual, cada una de las farolas de la ciudad.
La Barcelona de 1752 era una ciudad que, por imposición punitiva del régimen borbónico, continuaba recluida en el interior de las murallas (lo estaría hasta 1860), pero que en tres décadas había multiplicado por tres su población y ya rozaba la cifra de 100.000 habitantes. La expansión constructiva se había proyectado hacia arriba (ganando altura) y hacia adelante (recortando la anchura de las calles), y la tradicional iluminación de los vecinos resultaba insuficiente. Este sería el motivo —a pesar del despliegue de recursos que precisaba— que impulsaría al Ayuntamiento de la ciudad a implantar aquel sistema de alumbrado público.
No obstante, el alumbrado público con farolas de candil tuvo una larga duración en el tiempo. Hasta casi un siglo más tarde (1842) no se inició su sustitución por las luces de gas. El alcalde Joan Maluquer propuso a las empresas que suministraban el gas del alumbrado público de París y de Londres (que ya utilizaban este sistema desde 1818), que crearan gasómetros (fábricas de gas) en Barcelona para suministrar las farolas. El concurso lo ganó Charles Lebon (Dieppe, Normandía, 1799) y la capital catalana sería la primera ciudad de la península Ibérica que llevaría a cabo esta transformación.