Tal día como hoy del año 1920, hace 104 años, en Roma, el pontífice Giacomo della Chiesa (Génova, 1854 – el Vaticano, 1922), que reinó como Benedicto XV (1914-1922), canonizaba a Juana de Arco y la proclamaba patrona de Francia. Juana había sido una de las figuras primordiales de la guerra de los Cien Años (1337-1453), que había enfrentado el eje “francés” Valois-Anjou-Armanyac, contra el eje “inglés” Plantagenet/Lancaster-Borgonya, por el control de Normandía y de Aquitania, y, de rebote, por el dominio de los tronos de París y de Londres. Con la incorporación buscada de la figura mítica de Juana de Arco, el curso de aquella guerra cambiaría, y los franceses lo acabarían ganando.

Pero a principios del siglo XV, el estado de aquel conflicto era, claramente, favorable al eje anglo-borgoñón. La monarquía inglesa, liderada por el enérgico Enrique V, llamado “Bolingbroke”, había consolidado su dominio histórico sobre la totalidad de Aquitania, y había sido reconocido como rey en el Languedoc (Tolosa) y en el Delfinado (Lyon). Los borgoñones, por su parte, habían pasado a controlar —además de su ducado— Champaña (Reims). En cambio, la monarquía francesa, gobernada por el decrépito Carlos VI (llamado “el loco” por sus graves problemas mentales) había quedado recluida en el territorio de París y el valle bajo del río Sena (conservaba Normandía).

En aquel paisaje de derrota inminente y definitiva, surge la figura de Violante de Anjou, la hija primogénita del rey Juan I de Catalunya-Aragón y de su segunda esposa Violante de Bar, que no había heredado el trono de Barcelona ni a la muerte de su padre (1395), ni a la muerte de su tío paterno Martín I (1410) porque la ley no escrita que imperaba en la cancillería catalana impedía que una mujer fuera reina-titular por su condición de género. Violante fue casada con Luis de Anjou (del eje “francés”) y enseguida puso de manifiesto su extraordinaria inteligencia política, para convertirse en una figura clave en la última fase del conflicto de los Cien Años.

La catalana Violante protegió al delfín de Francia, hijo del “rey loco” y futuro Carlos VII, y lo preparó para deponer a su padre y asumir el trono. Simultáneamente, pidió que le buscaran una doncella virgen, que sería vestida con sedas y armadura como una especie de “general-Virgen”. En aquel contexto social y cultural, la fabricación de este mito —que personificaría una adolescente anónima y probablemente orada por la violencia que había sufrido—, tuvo el efecto que buscaba Violante. La moral de los ejércitos del eje “francés” subió como la espuma, porque estaban convencidos de que la mística Juana de Arco era una figura divina que los guiaría hacia la victoria.