Tal día como hoy del año 1591, hace 433 años, en Zaragoza, un grupo de bandoleros armados capitaneados por Diego de Heredia asaltaba la prisión inquisitorial de la Alfajeria, y liberaban Antonio Pérez, exsecretario de estado del rey hispánico Felipe y pendiente de extradición a Castilla. Pérez y su colaboradora Ana Mendoza de la Cerda, más conocida como la princesa de Éboli, habían creado y desarrollado una gigantesca trama de tráfico de secretos de Estado, que había sido desenmascarada en 1579. Al estallar el escándalo, Pérez fue interrogado, torturado y condenado a una pena menor de dos años (1585). Al salir de la prisión (1587), y mientras estaba pendiente de otro juicio, huyó a Aragón.

En aquel momento, la monarquía hispánica era un edificio político de arquitectura confederal, y Aragón conservaba la independencia judicial representada por la figura del Justicia. Antonio Pérez hizo valer el origen aragonés de su familia para acogerse a la protección de la justicia aragonesa, e ingresó en un presidio aragonés, mientras se resolvía la aceptación o la denegación de la petición de extradición cursada por la cancillería de Felipe II. En mayo de 1591, el monarca hispánico perdió la paciencia, construyó un caso de herejía contra Pérez y presentó cargos al Tribunal del Santo Oficio. La Inquisición, que tenía potestad en casos de esta naturaleza, lo sacó de la prisión civil y lo recluyó en sus mazmorras.

Pero lejos de simplificar las cosas, aquel traslado las complicó enormemente. Juan de Lanuza, Justicia de Aragón, proclamó que aquel traslado era un contrafuero que violaba la independencia judicial aragonesa. Lanuza no participó en el asalto a la prisión de la Inquisición, pero sí que facilitó la huida de Pérez a Francia. Poco después, Felipe II ordenó la invasión militar hispánica de Aragón. Lanuza y Heredia fueron detenidos y ejecutados. En cambio, Pérez, que era el principal objetivo del rey (era el único que podía demostrar que Felipe II había silenciado a todos los que querían hacer pública aquella trama de corrupción), pudo escapar y vivió hasta el final de sus días en Francia, protegido por el rey Enrique IV (el primer Borbón francés).