Tal día como hoy del año 1442, hace 583 años, las tropas catalanas del rey Alfonso el Magnánimo entraban en Nápoles y ponían fin a un largo asedio iniciado en 1437 e interrumpido en varias ocasiones. El último asedio, que culminaría con la toma catalana de la ciudad, se inició siete meses antes, el 1 de noviembre de 1441. Los primeros soldados catalanes que penetraron en el interior de la ciudad lo hicieron a través de una galería excavada secretamente que desde el barrio de Santa Llúcia, en la zona extramuros del puerto de levante, atravesaba la muralla por debajo del Monte Echia y emergía a la superficie en las casas del barrio de Pizzofalcone. Una vez en el interior de la ciudad, abrieron las puertas y entró la infantería y la caballería catalanas sin oposición.
La campaña de conquista de Nápoles se había iniciado en 1434. El reino y la ciudad de Nápoles habían estado en el centro de la disputa histórica entre las coronas catalanoaragonesa y francesa por el dominio del Mediterráneo occidental. Casi dos siglos antes (1266), los Anjou franceses habían usurpado el trono a Manfredo I (de la estirpe Hohenstaufen-Hauteville, y suegro de Pedro II de Catalunya-Aragó). Precisamente, Pedro II y Constanza (la hija de Manfredo) habían promovido una campaña militar que culminó con la conquista catalana de Sicilia (1285) por parte de los Almogávares. En aquella campaña Roger de Llúria, almirante de la tropa catalana, había derrotado repetidamente a los Anjou en las costas de Sicilia y delante del puerto de Nápoles.
En 1434 murió prematuramente y sin descendencia Luis III de Nápoles, que era de la casa de Anjou por línea paterna y era nieto del rey Juan I de Catalunya-Aragó por línea materna. En aquel contexto de incertidumbre, Alfonso el Magnánimo promovió la empresa de conquista e incorporación de Nápoles al edificio político catalanoaragonés. Esta empresa formaba parte del compromiso que su padre, Fernando I, el primer Trastámara en el trono de Barcelona, había adquirido con las clases mercantiles catalanas y valencianas. A cambio del apoyo de los comerciantes a su candidatura al trono, que se debatía en Caspe (1412), invertiría el patrimonio de su esposa Leonor, "la ricahembra" (la mujer más rica de Castilla) en la ampliación del dominio comercial catalán en el Mediterráneo.