Tal día como hoy del año 1297, hace 720 años, el pontífice Bonifacio VII arbitraba el fin del conflicto que enfrentaba la corona de Aragón y el reino de Francia por el dominio del Mediterráneo occidental, y nombraba a Jaime II de Barcelona-Aragón, rey de Cerdeña. De esta manera, también se materializaba la creación del reino de Cerdeña, que quedaría vinculado al edificio político catalán durante 219 años -hasta 1516, a la muerte de Fernando el Católico- y que sería una más del conjunto de entidades políticas que formaban la confederación catalanoaragonesa: el Principat de Catalunya y los reinos de Aragón, de València, de Mallorca, de Sicilia y de Cerdeña.
La incorporación de Cerdeña al edificio político catalán fue la consecuencia de un reequilibrio de fuerzas en el Mediterráneo occidental que inclinaba la balanza hacia Barcelona. Las anteriores batallas de Malta (1283) y de Nápoles (1284), que significaron la derrota de las fuerzas navales francesas, y la firma del Tratado de Anagni (1295), que certificaba la cesión de Sicilia que Jaime II hizo a favor del pontífice, explican la creación del reino de Cerdeña -hasta entonces, un rompecabezas de pequeñas unidades políticas independientes que gravitaban en torno a las repúblicas de Génova y de Pisa- y la coronación del conde-rey catalanoaragonés como soberano de la nueva entidad política.
Sicilia no pasó nunca a manos efectivas del pontífice. Allí permaneció como rey Federico, hermano pequeño de Jaime II, continuador de la dinastía Barcelona-Aragón en la isla. En cambio, Cerdeña escribiría, conjuntamente con Catalunya, su historia política, hasta que la corona de Aragón perdió a su último rey propio, así como su historia cultural hasta la actualidad. L'Alguer es el dominio más oriental de la lengua catalana. Y hasta bien entrado el siglo XIX, a pesar de haber perdido el vínculo político, el catalán fue la lengua de la cultura y de la judicatura en las principales villas y ciudades de la isla. No sería hasta la creación del reino de Italia (1861), que el catalán retrocedería hasta quedarse dentro de las murallas de l'Alguer.