Tal día como hoy del año 1409, hace 615 años, concluía el Concilio de Pisa, celebrado en la ciudad del mismo nombre —en el ducado independiente de la Toscana—, que se había inaugurado el 25 de marzo anterior con el propósito de encontrar una salida al cisma que afectaba a la Iglesia católica de la época: desde 1378, las jerarquías católicas estaban divididas bajo la obediencia de dos pontífices (el de Roma y el de Aviñón). Además, las cancillerías europeas de la época también habían tomado partido en aquella disputa: las coronas peninsulares (Catalunya-Aragón, Castilla-Aragón, Navarra y Portugal) y los reinos de Francia, de Escocia y de Chipre daban apoyo a Aviñón. Y el resto de dominios europeos (con el Sacro Imperio Romano Germánico al frente) apoyaban a Roma.

El Concilio de Pisa puso fin a este cisma. Fueron depuestos los pontífices Gregorio XII, de Roma, y Benedicto XIII, el papa Luna (Pero Martines de Luna), de Aviñón, y en su lugar, el Colegio Cardenalicio eligió al cardenal Piero Philarghi, que reinaría como Alejandro V. No obstante, el consenso definitivo no se obtendría hasta ocho años después con el nombramiento del pontífice Martín V (11 de noviembre de 1417). A pesar de todo, inmediatamente después de Pisa (1409), los dominios europeos dejaron de alimentar aquella división y la corona francesa retiró su apoyo al papa Luna y lo conminó a abandonar Aviñón. Pero Martines, el papa Luna, se trasladó a Barcelona y fue acogido por su amigo, pariente y aliado Martín I, llamado el Humano.

Cuando eso pasó, ya hacía tiempo que el rey Martín y el papa Luna trabajaban en la operación de Federico de Aragón-Rizzari, hijo natural de Martín el Joven, heredero al trono de Barcelona. Pero la inesperada muerte del joven heredero sin descendencia legítima (Cagliari, 25 de julio de 1409) obligó a acelerar los trámites. Durante un año, el rey Martín y el papa Luna intensificaron los trabajos para legitimar al pequeño Federico. La víspera de la ceremonia (31 de mayo de 1410), el rey Martín murió repentina y misteriosamente, y el papa Luna no quiso culminar los trabajos. Acto seguido propuso y organizó una asamblea que tenía que decidir el relevo del difunto rey Martín (Compromiso de Caspe, 1412) y se proclamó partidario de Fernando de Trastámara.

El papa Luna siempre esperó que el apoyo táctico que había prestado a Fernando de Trastámara le sería recompensado con la recuperación su sitial pontificio. Pero, poco después, Fernando I (el nuevo rey Trastámara) abandonó al papa Luna y proclamó que la corona catalanoaragonesa se ponía al lado del pontífice de consenso Alejandro V (6 de enero de 1416). El papa Luna se tuvo que retirar al castillo de Peníscola. Nunca renunció a su condición pontificia (aunque fue excomulgado) y murió a la insólita edad (para la época) de 94 años.