Tal día como hoy del año 1938, hace 84 años, acababa la batalla del Ebro, que había sido la de más larga duración y la más mortífera de la Guerra Civil Española (1936-1939). Esta batalla, que se libró en el curso bajo del río (entre Mequinenza y Amposta) duró ciento quince días (25 de julio de 1938 a 15 de noviembre de 1938), en cuyo transcurso murieron miles de soldados de los dos bandos y de civiles de la zona. Según los historiadores que han estudiado este episodio histórico las cifras de víctimas mortales se situarían entre las 13.250 que defiende Paul Preston (Universidad de Oxford) y las 21.500 que contabiliza Hugh Thomas (Universidad de Reading). Anthony Beevor (de la Universidad de Kent) eleva la cifra total de muertos a 30.000.
La derrota republicana en el Ebro precipitaría la ocupación franquista de Catalunya. Después de aquella derrota, los rebeldes saltarían el río —que había sido la barrera que separaba a los dos ejércitos— y ya no encontrarían ningún tipo de resistencia más allá de algunos focos guerrilleros que intentaban impedir el avance franquista. Lleida ya había sido parcialmente ocupada el 3 de abril de 1938, y el 7 de enero de 1939 fueron ocupados los barrios de la orilla izquierda del Segre. Tortosa fue ocupada el 13 de enero. Dos días más tarde, el 15 de enero, fueron ocupadas Reus y Tarragona. El 26 de enero Barcelona, y el 4 de febrero Girona. Las tropas franquistas alcanzaron la frontera franco-española entre los días 7 y 9 de febrero de 1939.
Poco después de la conclusión de la batalla, el gobierno francés —presidido por el liberal Edouard Daladier— previó una entrada masiva de refugiados que quería evitar; y con el apoyo del gobierno británico —presidido por el conservador Neville Chamberlain—, de la Cruz Roja internacional y de la Sociedad de Naciones, propusieron la creación de una zona desmilitarizada de administración internacional entre el río Tordera —en el sur— y los Pirineos —en el norte—, que tenía que acoger a los 500.000 exiliados que, entre enero y febrero de 1939, acabarían pasando a Francia. Esta propuesta fue rechazada por el presidente Companys, porque vio la posibilidad de que aquella región desmilitarizada acabara siendo el origen de un futuro estado independiente catalán.