Tal día como hoy del año 1839, hace 179 años, en el contexto de la Primera Guerra Carlista (1833-1839), Charles d'Espagnac, conde de España —exiliado de Francia después del triunfo de la revolución (1792)— y conocido en todas partes como "el asesino de Catalunya", ordenaba el asesinato de toda la población civil de Ripoll y el posterior incendio y destrucción de la villa. Durante aquella jornada, los soldados carlistas del conde de España asesinaron a más de quinientos civiles desarmados, muchos de los cuales fueron brutalmente ensartados por las bayonetas en las calles de Sant Pere y de Sant Jaume, y otros fueron trinchados a hachazos dentro de sus propias casas. Ripoll, que tenía poco más de 3.000 habitantes, en pocas horas perdería trágicamente el 15% de su población.
Aquella brutal masacre sería, años más tarde, documentada por uno de los supervivientes: el notario de la villa Agustí Cavalleria i Deop, que en el momento de los hechos era un niño de ocho años. Esta fuente documental, de extraordinario valor, explica que el día de los hechos un ejército de 5.000 soldados carlistas comandados por el conde de España rompió las defensas de la villa, formadas por 500 soldados liberales comandados por el capitán Joan Carbó. La capitulación pactada entre Espagnac y Carbó, que garantizaba el respeto a vidas y bienes, no sería respetada por el comandante carlista. Cuando ya tenía el control de la plaza, el conde de España asesinó a sangre fría al capitán Carbó (de una cuchillada en el vientre) y, acto seguido, ordenó perseguir y matar a la población civil, y saquear e incendiar la villa.
Antes de la masacre de Ripoll, el conde de España ya había dado muestras de su extraordinaria crueldad. Con anterioridad al estallido del conflicto había sido capitán general de Catalunya (1827-1832), nombrado por Fernando VII, y durante su gobierno había sometido el Principado a un auténtico régimen de terror: había ordenado docenas de ejecuciones sumarias, sobre todo de personas de ideología liberal. Las fuentes documentales afirman que bailaba bajo los cadáveres de los ahorcados. Durante el conflicto (1833-1839) su tétrica fama aumentaría exponencialmente, con varios episodios de una crueldad extrema, que alcanzarían el punto culminante en Ripoll. Los poco más de 2.000 supervivientes, concentrados y maltratados, serían obligados a abandonar Ripoll, y la villa sería literalmente calcinada.