Tal día como hoy, hace 376 años, en plena Guerra de los Segadors, se produjo la batalla de las Forques, que tuvo una repercusión política decisiva. No fue la más cruenta. Pero sí la más decisiva. En las afueras de Lleida una alianza de franceses y catalanes aplastó lo mejor de los ejércitos españoles que pretendían invadir el país para acabar con la rebelión catalana. La que había llevado a la proclamación de la primera República -la de Pau Claris- de existencia efímera. Y la que había provocado la atracción progresiva de Catalunya -como Estado independiente- hacia la influencia de Francia.
En los resortes de poder del país; independentistas y pro-franceses se habían entregado a una guerra subterránea sin tregua. Un año y medio antes el president Claris -verdadero hombre de Estado- había encontrado una fórmula de alianza con Francia que no comprometía la independencia. Por lo menos, a corto plazo. Pero su prematura muerte -envenenado con un potente veneno- impulsó el partido pro-francés al poder. Poco después la ocupación española de Tortosa precipitó los acontecimientos. La Generalitat, presionada, proclamó a Luis XIII de Francia conde de Barcelona. La República Catalana quedaba tocada.
La batalla de las Forques sirvió para evidenciar que Catalunya no era Portugal. Los portugueses se habían independizado del imperio español poco antes, con la ayuda de los ingleses. En una alianza militar equilibrada y paritaria. En Lleida, reveladoramente, los franceses llevaron el peso del enfrentamiento. Y se llevaron la peor parte. Richelieu -el primer ministro francés- consiguió sus propósitos: evidenciar que los catalanes por sí solos no saldrían adelante y de rebote subordinar la política catalana a los intereses franceses. Reducir la República Catalana a la categoría de provincia autónoma de Francia.