Tal día como hoy, hace 471 años, se inauguraba el Concilio de Trento (entonces una República teocrática), que significó la respuesta coordinada e institucionalizada de las jerarquías católicas a la expansión del protestantismo y al fenómeno del paganismo (las prácticas religiosas arraigadas en la cultura popular). En Catalunya las reformas dictadas en Trento son visibles desde el principio. Pero se hacen especialmente patentes a partir de la celebración del Concilio Provincial Tarraconense (1598), que convierte a Catalunya en la punta de lanza europea -el laboratorio de pruebas- de la persecución, de la represión y del exterminio de personas y grupos disidentes con la ortodoxia católica.
En Catalunya -durante la centuria de 1500- conviven varios grupos religiosos -con un componente sociológico e ideológico- que si bien no eran tolerados por el poder -las jerarquías católicas- no habían sufrido episodios de persecución masiva. A partir del Concilio de Trento se desató una oleada persecutoria terrible. Catalunya -relativamente liberada de los excesos de la Inquisición- fue el pretexto perfecto de los estamentos de poder -las autoridades civiles- para uniformizar y encuadrar a la sociedad siguiendo los preceptos que dictaban las nuevas políticas. Un nuevo modelo -que triunfaba por toda Europa- consistente en enterrar la espiritualidad medieval y mecer la modernidad de pensamiento científico: el Estado.
El catolicismo ideológico se había convertido en pensamiento único y oficial. Y su liturgia en un instrumento de adoctrinamiento político. Se produjeron oleadas de detenciones, torturas y ejecuciones de brujas y de brujos -practicantes de ceremonias mágicas- comadronas y hechiceras -transmisoras de conocimientos ancestrales; luteranos y hugonotes -que encontramos en las élites intelectuales y en las clases más humildes generalmente de origen occitano; gais y lesbianas -de todas las edades y condiciones sociales; escritores y librepensadores -opositores al régimen de terror; y médicos y cirujanos que robaban cadáveres para consagrarlos a la ciencia. Una brutal depuración convertida en pretendidos actos de cohesión social. Y ejecuciones -sobre todo las cremaciones- convertidas en espectáculos públicos de masas.