Tal día como hoy del año 1789, hace 228 años, estallaba en Barcelona una revuelta urbana -inicialmente protagonizada por las mujeres- que se llamaría el Rebombori del Pa. El estallido de esta revuelta era la culminación de una situación de descontento social que tenía su origen en el incremento brutal de los precios de los productos básicos de alimentación. Especialmente el pan -la base de la dieta alimenticia de las clases populares-, que en un periodo de 6 meses había incrementado su precio un 50%. Las mujeres de las clases populares, que sostenían a la familia con el salario muy limitado del marido, se sublevaron y incendiaron el Pastim, el horno central del municipio de Barcelona.
A través de la Pastim las autoridades municipales regulaban el precio público del pan, e impedían la especulación de precios. Pero el año anterior (1788) el Ayuntamiento de Barcelona había iniciado la privatización del Pastim, que acabó en manos de la empresa Torres y Compañía. La relación evidente entre los gobernantes del Ayuntamiento, los adjudicatarios del servicio, y la administración borbónica del Principat dibujaba un triángulo de complicidades que no pasó por alto en la sociedad barcelonesa de 1789. El día de la revuelta, además del Pastim, las mujeres rodearon la casa del capitán general borbónico de Catalunya -conde del Asalto- con el propósito de incendiarla.
Asalto se refugió en la Ciutadella y ordenó varias cargas de caballería contra la población civil, que causaron docenas de muertos tanto entre los soldados como entre las sublevadas y los sublevados -entonces ya se les habían añadido los hombres. Asustado por el cariz de los acontecimientos, Asalto cedió a las reivindicaciones populares y resituó el precio del pan a los niveles anteriores a la privatización del Pastim. Torres y Compañía no se quedó con los brazos cruzados y elevó una protesta a la corte de Madrid. La reacción del Gobierno español fue cesar fulminantemente a Asalto y sustituirlo por el conde de Lacy, que con tan solo poner los pies en Barcelona ordenó una represión brutal.
Lacy hizo detener a centenares de personas. Y resolvió el conflicto condenando a galeras a 90 personas, y ejecutando sumariamente a otras seis: cinco hombres y una mujer. Esta mujer, que se llamaba Josepa Vilaret, conocida popularmente como La negreta se convirtió en un icono de aquella revuelta. Era una mujer casada con un criado y madre de dos criaturas, y su liderazgo en la revuelta no estuvo nunca probado. Pero su condición de clase y su etnia -el apelativo popular respondía muy probablemente al color de su piel- la convirtieron en una víctima propiciatoria de aquel régimen clasista, etnicista y patriarcal. Una muerte convertida en mito que, desgraciadamente, caería en el olvido.