Tal día como hoy del año 1903, hace 121 años, en Roma, durante el cónclave para elegir al sucesor del papa León XIII —muerto el 20 de julio anterior—, el emperador Francisco José I de Austria hacía uso, por decimoctava y última vez desde su instauración, del ius exclusivae (el derecho de exclusión), un privilegio que habían ostentado los reyes de las coronas reales española y francesa, imperial romano-germánica y archiducal austríaca. Este privilegio, instaurado seis siglos antes (1314), era el veto secular que tenían los soberanos de esas coronas para impedir la elección de un determinado candidato para sentarse en el sitial de San Pedro. En esta última ocasión, el archiduque de Austria vetó al cardenal siciliano Rampolla por su vinculación con la masonería.
Los reyes medievales catalanoaragoneses y castellanoleoneses no tuvieron dicho privilegio. Pero a partir de la unión dinástica personificada en los reyes Fernando e Isabel (1469), la nueva monarquía hispánica se sumó a los reyes franceses y a los emperadores alemanes. Posteriormente, con la división de los estados Habsburgo entre los dos nietos de los Reyes Católicos —Carlos de Gante y su hermano Fernando (1518)—, también lo tendrían los archiduques austríacos. No obstante, la primera vez que la monarquía hispánica utilizó el ius exclusivae no fue hasta 1605, cuando Felipe III, nieto de Carlos de Gante, vetó la elección del cardenal Cesare Baronio por las críticas que había hecho públicas contra la cancillería hispánica y por su pretendida proclividad hacia Francia.
En el cónclave de 1700, Luis XIV de Francia vetaría al cardenal Marescotti —que ya había ganado la votación del colegio cardenalicio— por su postura contraria a Felipe de Borbón en la sucesión al trono de las Españas. En 1721, Felipe V vetaría al cardenal Pignatelli, arzobispo de Nápoles y partidario de Carlos de Habsburgo durante el conflicto sucesorio hispánico (1701-1715). Felipe V no lo había podido cesar porque, antes de la conclusión de la guerra, Nápoles había pasado a Austria (1713). Sin embargo, como venganza, impediría su elección cuando ya tenía a la mayoría de los cardenales a su favor. Y en los cónclaves de 1730 y 1740, Felipe V vetaría a los cardenales Imperiali y Corradini por su postura contraria al expansionismo militar español en la península italiana.
Felipe V —el primer Borbón hispánico— sería el monarca europeo que más veces hizo uso de este veto (tres de forma directa y una de forma indirecta). El último monarca español que ejerció este veto fue Fernando VII. En el cónclave de 1829, Fernando VII vetó al cardenal ultracatólico Giustiniani, que durante su estancia en Madrid como nuncio apostólico había colaborado en la persecución y el asesinato de destacados miembros de la oposición clandestina liberal. En 1829, Fernando VII preparaba una apertura de su régimen absolutista y un lavado de imagen internacional, y se vetó al que había sido uno de sus principales colaboradores durante la denominada "Década Ominosa" (1823-1833).