Tal día como hoy del año 1415, hace 609 años, en Ceuta (entonces una plaza del reino amazig de los benimerines), se libraba una batalla que enfrentaría al ejército del príncipe portugués Enrique el Navegante contra el del gobernador local Ben Salah. El día anterior, una escuadra portuguesa formada por 200 naves que transportaban 45.000 efectivos había embarcado en Algeciras (estaban en aquella plaza con la autorización de los castellanoleoneses), había atravesado el estrecho de Gibraltar y había desembarcado en las playas de Ceuta sin oposición. Según la investigación historiográfica, aquella maniobra cogió inexplicablemente desprevenida a la guarnición local, que ante la desproporción de fuerzas, solo pudo resistir unas horas.

Según la historiografía, la toma de Ceuta (1415) marca el punto de inicio de la era de las colonizaciones europeas modernas. Con anterioridad, los navegantes catalanes y genoveses habían intentado crear establecimientos coloniales en las islas Canarias, pero aquellos proyectos no habían culminado con éxito. En cambio, después de la ocupación portuguesa de Ceuta y en el transcurso del siglo XV, la monarquía lusitana conseguiría crear y consolidar una serie de establecimientos coloniales en la costa atlántica africana, entre el estrecho de Gibraltar y la desembocadura del río Senegal, que son considerados el inicio de este fenómeno colonial europeo en el continente africano y, durante los posteriores siglos XVI al XIX, en el resto de continentes del planeta.

El motivo por el que la corona catalanoaragonesa no se sumó a esta estrategia se debe al hecho de que la estirpe Trastámara se había comprometido con las clases mercantiles de Barcelona y de València (sus principales aliados en su carrera al trono de Barcelona, 1412), a restaurar el dominio catalanoaragonés en el Mediterráneo. Fernando I murió poco después de ganar el trono (1416), pero su hijo y sucesor Alfonso el Magnánimo dedicó todos sus esfuerzos de la Corona en conquistar el reino de Nápoles (1434-1435). La conquista e incorporación de Nápoles sería especialmente beneficiosa para las clases mercantiles y para la baja nobleza catalanoaragonesa, pero condenaría al país a una posición secundaria en la nueva era que habían empezado los portugueses.