Tal día como hoy del año 380, hace 1.645 años, en Zaragoza, los obispos de las provincias Tarraconense, Narbonense, Novempopulania y Aquitania (los territorios a caballo de los Pirineos), reunidos en concilio desde finales del año anterior (369), condenaban la doctrina del priscilianismo. Con esta proclama la Iglesia reconocía la existencia de otra doctrina cristiana, radicalmente opuesta al mensaje oficial, que reunía miles de adeptos y que representaba un grave peligro de división.

En este punto es importante destacar que, desde el año 313, el cristianismo ya no era una religión proscrita. Que desde el año 319 era la confesión de la familia imperial y de una parte importante de las élites urbanas del mundo romano. Y que, curiosa y reveladoramente, lo mismo que en Zaragoza los obispos de las cuatro provincias a caballo de los Pirineos condenaban la doctrina priscilianista, en Roma, el emperador Teodosio I declaraba el cristianismo religión oficial del Imperio romano.

El priscilianismo era una doctrina cristiana que derivaba de las ideas gnósticas (que sostenían que los humanos son almas perfectas que viven en un cuerpo y en un mundo material imperfecto); que tenía un carácter ascético (que promovían una vida modesta y sobria que buscaba la perfección espiritual), y que había sido ampliamente divulgado por Prisciliano, un monje cristiano originario de algún lugar del cuadrante nordoccidental de la península Ibérica y que había alcanzado la categoría de obispo de la diócesis de Ávila.

El priscilianismo colocaba a la mujer en una posición de igualdad con respecto al hombre. Sobre todo en la celebración de la liturgia y en la administración de los sacramentos. Por este motivo tuvo mucha acogida entre las sociedades rurales del norte peninsular y de los Pirineos —de tradición matriarcal—, que conservaban el papel protagonista de la mujer en el mundo religioso. También defendía que el demonio era, inequívocamente, de género masculino e, intrínsecamente, malo. Y que Jesucristo era una ilusión creada por Dios.

Después de aquel concilio se desató una terrible represión contra el priscilianismo, que se saldó con centenares de encarcelados y confiscados. Poco tiempo después, Prisciliano sería arrestado, acusado de herejía, juzgado y condenado por la justicia imperial; y, junto con algunos de sus seguidores, ejecutado en Tréveris (entonces provincia de Bélgica, en el norte de la Galia). Prisciliano y sus seguidores serían los primeros herejes ajusticiados por el gobierno secular en nombre de la Iglesia.