Tal día como hoy del año 1519, hace 505 años, en Molins de Rei (Principat de Catalunya) se reunían el rey hispánico Carlos (el nieto y sucesor de los Reyes Católicos) y una representación del movimiento popular llamado Agermanats [Hermanados], formada por los maestros gremiales Joan Llorenç, Guillem Sorolla, Joan Caro y Joan Coll. Este movimiento popular se había creado unos años antes (1515) en un escenario de profunda crisis económica y social que se intensificaría notablemente por los efectos de la Gran Riuà de 1517 (con un saldo de miles de muertos y la destrucción del aparato productivo agrario de la Horta); y de un rebrote de Peste Negra que estaría asociado con la persistencia de ciertos elementos relacionados con aquella inundación (barros, destrucción del aparato productivo, proliferación de infecciones y enfermedades, miseria, muerte).
En aquel contexto crítico, los gremios urbanos de la capital —que reunían la representación de las amplias clases populares valencianas— exigieron el acceso al gobierno de la ciudad que, hasta entonces, había sido un coto de las oligarquías urbanas (nobleza latifundista y mercaderes rentistas). Los gremios aspiraban a revertir la crisis implementando una receta revolucionaria, que consistía en la aplicación de medidas de protección y estímulo al aparato productivo valenciano y en la transformación política del reino de València en la República valenciana (inspirada en el modelo de las repúblicas de Venecia y de Génova), que se mantendría dentro del edificio político hispánico mientras sus instituciones de gobierno lo estimaran conveniente; y que sería gobernada por las élites de los gremios (los dirigentes del movimiento hermanado).
Aquel movimiento ya estaba armado desde que, en 1515, el rey Fernando el Católico (el abuelo y antecesor del rey Carlos), ante la amenaza permanente de la piratería musulmana (que atacaba y masacraba pueblos y ciudad de la costa valenciana), lo había autorizado. Durante las semanas previas a la reunión de Molins de Rei, los gremios organizaron varios desfiles militares por las calles y plazas de la capital, exhibiendo músculo bélico. En aquella reunión, el rey y los hermanados acordaron que los gremios pasarían a tener representación en las instituciones políticas. Además, Carlos de Gante confirmó la autorización de Fernando el Católico de poseer y llevar armas. Pasadas unas semanas (enero, 1520), el rey Carlos —presionado por las oligarquías— reculó; pero la revolución ya estaba en marcha.