Tal día como hoy, hace 122 años, fue ejecutado –con el método del garrote vil– Santiago Salvador i Franch, autor del lanzamiento de dos bombas Orsini en la platea del Liceu, que causaron 22 muertos y 35 heridos. El atentado se había producido un año antes –el 7 de noviembre de 1893–, pero Franch había conseguido escapar del sitio y refugiarse en Zaragoza. El 2 de enero de 1894 –casi dos meses más tarde– sería detenido en una rocambolesca operación policial, durante la cual Franch intentó suicidarse –sin conseguirlo– en dos ocasiones. Una vez capturado, fue encerrado en el castillo de Montjuïc. El 11 de julio de 1894 se le condenaba a muerte.
Franch era un producto de la Rosa de Fuego, que era como la prensa internacional llamaba a Barcelona en aquellos días. La ciudad era un hervidor de conflictividad social y un laboratorio de ideas políticas. La Revolución Industrial había dibujado un nuevo escenario de acusadas diferencias sociales y económicas que generaba una atmosfera de descontento transformada en violencia. La ausencia de leyes reguladoras del trabajo habían llevado a un paisaje dominado por la explotación. Y en aquel contexto habían surgido las organizaciones de defensa del proletariado, que se alimentaban del ideario de lucha revolucionaria que llegaba de Francia, de Italia y de Inglaterra.
Franch era anarquista, pero podría haber ser comunista, socialista o republicano. La Barcelona de finales del XIX era el dibujo de la tormenta perfecta. El Liceu era el templo de una burguesía cultivada intelectualmente y de forma comprometida políticamente, con el liberalismo progresista, pero ciega a la miseria que devoraba a los obreros y sorda a su mensaje reivindicativo. El proletariado ya estaba políticamente organizado. Y, en todos los casos, bebía del marxismo que sublimaba el conflicto clásico: explotados contra explotadores, la fuerza del trabajo contra el capital. La lucha de clases: el triunfo del proletariado por la vía del conflicto y de la violencia. La bomba del Liceu.