Tal día como hoy del año 1640, hace 384 años, y en el contexto de la Revolución de los Segadores (junio, 1640 – noviembre, 1640), el rey hispánico Felipe IV nombraba a García Gil de Manrique y Maldonado nuevo virrey hispánico de Catalunya. Gil de Manrique era obispo de Barcelona (desde 1633) y, con anterioridad, había sido obispo de Girona (1627-1633) y president de la Generalitat (1632-1635). Gil de Manrique, de origen oligárquico castellano (era nacido en la Alcarria castellana), había aprendido el catalán y, desde su llegada al país, mantenía una excelente relación con la clase dirigente catalana y su lengua relacional (verbal y escrita) era siempre la catalana.

Gil de Manrique era el tercer virrey hispánico en Catalunya en poco menos de dos meses. Sus antecesores habían muerto de forma trágica. Dalmau de Queralt había sido asesinado por los soldados de la Galera Real hispánica (en un crimen de falsa bandera que se pretendía imputar a los revolucionarios catalanes) durante la jornada del Corpus de Sangre (7 de junio de 1640). Y Enrique de Aragón-Cardona habría sido envenenado por los militares hispánicos (en un crimen que quedaría momentáneamente oculto por la mala salud del virrey) y después de que hubiera cesado y encarcelado a los oficiales que habían ordenado el bombardeo contra la población civil de Perpinyà (22 de julio de 1640).

Después de estos hechos, y con la sospecha de que los dirigentes catalanes mantenían conversaciones secretas con la cancillería de Francia (el principal candidato a relevar la monarquía hispánica en el liderazgo mundial), Felipe IV nombró virrey a una persona que había censurado enérgicamente la violencia y los crímenes que los Tercios de Castilla, emplazados en Catalunya para combatir al ejército francés, perpetraban contra la población civil catalana. Felipe IV sabía que cuando se reprodujeran los escenarios de violencia extrema de los anteriores meses de mayo y de junio, Gil de Manrique no respondería con la fuerza, con lo cual quedaría justificada una intervención militar de gran alcance.

Durante el mes de agosto de 1640, la espiral de tensión se disparó de nuevo, y como había previsto Felipe IV, el virrey Gil de Manrique no había utilizado la fuerza. En aquel contexto, que en la cancillería de Madrid llamaban "ausencia del poder central en Catalunya", Felipe IV ordenó en su cancillería la redacción de una misiva oficial a la Generalitat (1 de septiembre de 1640) titulada“Las cargas que hace su Majestad al Principado de Cataluña”, que era un decálogo de agravios (por la supuesta inacción de las autoridades catalanas a reprimir a los revolucionarios catalanes) y una declaración formal de guerra en Catalunya (por las sospechas de que el gobierno de Catalunya preparaba la independencia del país).