Tal día como hoy del año 1909, hace 115 años, en el castillo de Montjuïc —en Barcelona—; un pelotón de soldados del ejército español fusilaba a Francesc Ferrer i Guàrdia (Alella, Maresme, 1859); escritor, pedagogo y fundador de la Escuela Moderna; institución creada en 1901 para “educar la clase trabajadora de una manera racionalista, secular y no coercitiva”. Ferrer i Guàrdia había sido detenido por la policía española unas semanas antes de su asesinato; durante la represión desatada por el aparato gubernativo español en Barcelona por los hechos de la Semana Trágica (26 de julio – 6 de agosto). Ferrer i Guàrdia fue falsamente acusado de dirigir los disturbios que se habían producido durante aquella gran protesta.
El proyecto Escuela Moderna de Ferrer i Guàrdia —un modelo accesible a las clases obreras y dotado con un programa moderno, científico, democrático y de calidad— había provocado un terremoto social. Aquella iniciativa amenazaba el monopolio educativo que, durante siglos, había estado en manos de las instituciones religiosas y mostraba las vergüenzas del modelo de adoctrinamiento ideológico que aquel sistema tradicional ejercía sobre las generaciones jóvenes. Por lo tanto, Ferrer i Guàrdia era una persona muy amada y al mismo tiempo muy odiada. Sus admiradores estaban en las filas del movimiento obrero, sobre todo el anarquismo. Y sus detractores eran entre las clases oligárquicas más reaccionarias de la ciudad.
Ferrer i Guàrdia fue falsamente acusado e injustamente condenado en un consejo de guerra sin ninguna garantía procesal. La detención, encarcelamiento, juicio, condena y asesinato de Ferrer i Guàrdia perseguía un doble objetivo: desprestigiar y liquidar el proyecto de la Escuela Moderna, fabricando una falsa asociación entre aquel modelo educativo y la oleada de violencia y destrucción protagonizada por los obreros durante la Semana Trágica, y decapitar el anarquismo, fusilando a la persona que el aparato represivo español consideraba que era la más destacada intelectualmente de aquel movimiento. En aquel proceso tuvo mucho peso la presión que las clases oligárquicas más reaccionarias de la ciudad ejercieron sobre el mando militar español.