Tal día como hoy del año 1540, hace 483 años, en Arcetri (entonces ducado independiente de Toscana), moría el político, diplomático, historiador y viajero Francesco Guicciardini, que había sido el primer extranjero que había descrito la apariencia física y las costumbres de los catalanes. El año 1511 Guicciardini fue nombrado embajador del ducado de Toscana ante la monarquía hispánica. Se embarcó de Liorna a Barcelona, y en el transcurso del camino desde la capital catalana hasta Toledo, dejó anotadas sus impresiones en un vasto diario de viaje titulado Redazione degli Spagni (Redacciones de las Españas).
En este diario relata que la Catalunya de la época (principios del siglo XVI) es un país destruido a causa de las guerras civiles de la centuria anterior, que no conserva ninguna traza de la época que había sido una potencia continental. Las infraestructuras viarias (caminos, puentes, hostales) se encuentran en un estado de ruina. Dice, también, que los catalanes y las catalanas son, generalmente, de estatura baja y de piel, cabello y ojos pardos, y por su apariencia física los asocia a los napolitanos, a los calabreses y a los sicilianos. Guicciardini dice, también, que son muy perezosos y extremadamente vengativos y violentos. Y que su dieta está formada, básicamente, por cereales, legumbres y vino.
Poco después del viaje de Guicciardini se inició el fenómeno de la inmigración occitana (1550-1640), que cambió para siempre la fisonomía de Catalunya. Los occitanos duplicaron la población del país e introdujeron una cultura de trabajo de raíz protestante que, sumada a las nuevas y favorables condiciones surgidas del triunfo de la Revolución Remensa (1486), crearon los primeros excedentes de producción. También, durante aquella etapa, se produjo un sincretismo entre el catalán y el occitano, que separaría, todavía más, la lengua catalana de las lenguas iberorrománicas y en el contacto con el castellano le evitaría correr la misma suerte que el aragonés o el asturiano.