Tal día como hoy del año 1553, hace 471 años, en Londres, un tribunal real presidido por Thomas White, alcalde de Londres, condenaba a muerte a Juana Grey, a su marido Lord Guildford Dudley, a sus hermanas Catherine y Mary, y a Thomas Cranmer, arzobispo de Canterbury. Juana Grey era hija de Francis Brandon y nieta de Mary Rose Tudor, la hermana pequeña de Enrique VIII de Inglaterra. Por lo tanto, era sobrina-nieta del rey Enrique VIII. Después de la muerte prematura del rey Eduardo VI, el único hijo varón y sucesor de Enrique VIII, un grupo de poder formado por mercaderes urbanos de Londres —anglicanos— y liderado por John Dudley, primer ministro del difunto rey y suegro de Juana Grey, habían hecho valer su parentesco para coronarla reina.
Pero tan solo nueve días después, la aristocracia latifundista —católicos— lograría que el Consejo Privado de Inglaterra (el equivalente al gobierno del país) destronara a la anglicana Juana y coronara, en su lugar, a la ultracatólica María, hija de Enrique VIII y Catalina de Aragón y hermana mayor de Eduardo VI. Juana fue encarcelada en la Torre de Londres y su destronamiento y reclusión impulsaron la Revuelta de Wyatt, que pretendía impedir el matrimonio de María con el también ultracatólico rey hispánico Felipe II. El alcance de esa revuelta, pese a su fracaso, alertó a la cancillería hispánica, que a través de su embajador en Londres, el borgoñón Simón Renard, presionó a la reina María y al Consejo Privado para condenar a muerte a Juana Grey.
Meses después, los hispánicos verían cumplido su deseo: la condena a muerte de Juana. No obstante, y contra la costumbre de la época, Juana no fue ejecutada hasta transcurridos tres meses de su sentencia (12 de febrero de 1554). En el momento de su muerte, Juana tenía diecisiete años. Y la condena y ejecución de la "reina de los nueve días" tendría un efecto bumerán. Las clases populares urbanas (mercaderes, menestrales, jornaleros) vieron la conspiración de una potencia extranjera, y a la muerte de la reina María (1558), los estamentos de poder del país coronarían a otra hija de Enrique VIII, la anglicana Isabel I, llamada la "reina pelirroja", que derrotaría los hispánicos en las batallas contra "la Armada Invencible" (1588).