Tal día como hoy del año 1810, hace 214 años, en un paraje llamado Monte de los Papagayos, cerca de un hostal de Cabeza de Tigre, entre Buenos Aires y Córdoba (virreinato de Río de la Plata), un pelotón de soldados del ejército liberador fusilaban a Santiago de Liniers, virrey español de Río de la Plata; Juan Gutiérrez de la Concha, contralmirante de la Armada española en Río de la Plata; Victorino Rodríguez, abogado y asesor de Liniers; Santiago Allende, coronel de las milicias civiles proespañolas, y Joaquín Moreno, militar y ayudante del gobernador español de la intendencia de Tucumán. Solo se salvó Rodrigo de Orellana, obispo de Córdoba del Tucumán, por su condición eclesiástica.
Aquellos hechos se produjeron en el contexto de la Revolución de Mayo que había proclamado la independencia de Río de la Plata, más adelante Argentina. El primer gobierno independiente estaría formado por un presidente y seis ministros, todos nacidos en la colonia, excepto los catalanes Domenec Matheu y Joan Larreu. Después de la proclama de la independencia (25 de mayo de 1810), el aparato colonial español abandonó Buenos Aires y se retiró a Córdoba, desde donde levantó a un ejército. Pero el rápido avance del ejército liberador, y el escaso compromiso de los soldados levantados con la metrópoli, provocó una avalancha de deserciones, y el 23 de agosto de 1810, las fuerzas independentistas capturaban la plana mayor del aparato colonial.
Liniers tenía una curiosa relación con los catalanes de Río de la Plata. Cuando se habían producido los dos intentos consecutivos de invasión británica del territorio (1806 y 1807), la metrópoli no había enviado al ejército y la colonia se había visto obligada a organizarse en milicias civiles. Los catalanes de Buenos Aires, un colectivo de unas 5.000 personas que representaban el 15% de la población de la ciudad, crearon la milicia Migueletes de Catalunya. Después de la derrota y expulsión de los británicos, el virrey Liniers los obligó a cambiar el nombre a "Tercio de Miñones de Cataluña" porque "Migueletes" tenía reminiscencias foralistas y austriacistas, y la memoria del conflicto sucesorio (1701-1715) y la maquinaria represiva borbónica todavía estaban vivas.