Tal día como hoy del año 394, hace 1.630 años, en un paraje situado en el valle del río Frígido (a cincuenta kilómetros de la ciudad de Trieste, sobre la actual frontera entre Italia y Eslovenia), se libraba la Batalla del Río Frígido, que enfrentó a las legiones imperiales, comandadas por el emperador Teodosio el Grande y reforzadas con tropas visigóticas, lideradas por su rey Alarico, contra las legiones senatoriales, comandadas por el general Flavio Eugenio y reforzadas con tropas francas, dirigidas por el maestro de soldados franco Arbogasto.

Ese enfrentamiento obedecía a un conflicto entre el poder central imperial, que había implementado políticas autoritarias y personalistas y que había trasladado la capital a Constantinopla, y las poderosas familias patricias de Roma, que monopolizaban el Senado desde hacía siglos, que se resistían a perder el poder que ostentaban y que se mantenían en Roma. El Senado había promovido la figura del general Flavio Eugenio, que desde el año anterior a la batalla ya actuaba como emperador "de facto" en la mitad occidental del imperio.

Detrás de ese conflicto, también había un componente religioso. Mientras que los emperadores pretendían extender y generalizar el culto cristiano, convertido en confesión oficial del imperio desde el año 380 (con el propósito de cohesionar ideológicamente una sociedad cultural y étnicamente muy diversa), los patricios abogaban por la conservación de la religión romana (entendido como el elemento principal de la tradición romana). En las provincias orientales del imperio, la autoridad de los emperadores y sus políticas no tenían contestación, pero en las occidentales, no se estaban aplicando.

En la Batalla del Río Frígido, las tropas "senatoriales" de Flavio Eugenio se vieron sorprendidas por una tormenta de barro y un fuerte viento de cara que les dificultó la visión y el movimiento. Además, una parte importante de las fuerzas que aportaba el franco Arbogasto desertaron y se unieron a las tropas imperiales. Tras varias horas de combates, y de miles de muertos sobre el campo de batalla, las tropas "senatoriales" fueron derrotadas y su líder capturado y ejecutado prácticamente al instante. Según las fuentes documentales, Arbogasto huyó, pero se suicidó al cabo de pocos días.

La consecuencia inmediata de esa batalla fue la desarticulación de la resistencia de la clase senatorial; que, de inmediato, perdió buena parte del poder que había ostentado secularmente e inició el proceso de adopción del cristianismo como confesión. Esa batalla también sirvió para concienciar al poder imperial de que el estado romano ya no tenía capacidad para gobernar la totalidad del imperio como una sola unidad, y que había que dividirlo en dos partes, con el objetivo de mejorar la gestión de los recursos y la defensa ante la amenaza de fraccionamiento.