Tal día como hoy del año 1725, hace 294 años, en Viena (Austria), se firmaba el tratado de paz (denominado Tratado de Viena) que pretendía poner punto y final, de forma definitiva, al conflicto sucesorio hispánico que, entre 1701 y 1715, había enfrentado a Habsburgos y Borbones ―y sus respectivos aliados― en los campos de batalla europeos. En aquel tratado de paz, el archiduque austríaco y emperador alemán Carlos de Habsburgo (Carlos VI), que las Cortes catalanas habían proclamado conde de Barcelona al inicio del conflicto (1705), renunciaba al poder efectivo de aquel nombramiento. Según las fuentes documentales, posteriormente manifestaría que se había arrepentido muchas veces de aquella decisión y que la última palabra que pronunciaría en el lecho de muerte (1740) sería "Barcelona".
El Tratado de Viena fue firmado por el bando hispánico por Johan Willem Ripperdá, un aventurero originario de Flandes que ―según la historiografía española― a base de construir una historia familiar y un currículum personal falsificados, había escalado hasta la secretaría de estado borbónica. Poco después de la firma del tratado, sus enemigos políticos, los también secretarios de estado y destacados elementos del ala más radical del régimen borbónico, Grimaldo y Patiño, provocarían su caída y su encarcelamiento. Se le acusó, recurrentemente, de haber firmado un tratado que era manifiestamente contrario a los intereses de Felipe V. Y, todavía, un tiempo más tarde, misteriosamente se le facilitaría la huida y acabaría sus días en Tetuán (reino de Marruecos) dedicado al contrabando.
Y por el bando austríaco, aquel tratado fue firmado por el catalán Ramon de Vilana-Perles, secretario del despacho universal (equivalente a primer ministro) de la cancillería vienesa. Vilana consiguió el compromiso borbónico de no perseguir a los exiliados catalanes (unos 5.000) que decidieran devolver y a restituir todas las propiedades que habían sido confiscadas a las personas y familias que habían luchado por la causa austriacista. Y consiguió el compromiso de abrir negociaciones para la restitución de los fueros y el autogobierno de Catalunya. Finalmente, sin embargo, el régimen borbónico perseguiría implacablemente a los exiliados reanimados (provocando que muchos se exiliaran de nuevo), tardaría más de 20 años en restituir los patrimonios confiscados y nunca abriría las negociaciones para la restauración del autogobierno catalán.