Tal día como hoy del año 1527, hace 491 años, nacía en Valladolid (Castilla) Felipe de Habsburgo y de Portugal que, veintinueve años después (1556), se convertiría en soberano del conglomerado político hispánico de los Habsburgo resultante de la división de la herencia que había dispuesto su padre Carlos I. Felipe II de Castilla, I de Aragón y III de Navarra, heredaría los estados peninsulares (las coronas de Castilla, de Aragón y de Navarra), los estados mediterráneos (Nápoles, Sicilia y Cerdeña) y los estados continentales de la Europa occidental (las entidades políticas de los Países Bajos, Borgoña y Milán). En cambio, los estados centro-europeos (Austria, Tirol, Carintia, Bohemia, Hungría, Croacia, Silesia y Temesvar), Carlos I las transmitiría a su hermano Fernando I de Habsburgo.
Felipe de Habsburgo es especialmente conocido por dos hechos que marcarían su reinado: la anexión de la corona de Portugal (1580) al edificio político hispánico; y la clamorosa derrota de la Armada (In)vencible (1588) con la cual había proyectado conquistar por las armas Inglaterra. En cambio, es bastante desconocido su perfil integrista, marcado por un fanatismo religioso que tenía que acondicionar toda su obra política. Con el pretexto de acabar con el reformismo luterano sometió los Países Bajos a una masacre permanente que alcanzaría su punto culminante en 1575 en Amberes (Flandes), cuando los Tercios de Castilla asesinaron a un mínimo de 20.000 civiles. E intervino en Francia —al lado de la reina Caterina de Medici— en las brutales masacres de miles de hugonotes.
Durante la segunda mitad de la centuria de 1500, Catalunya se había convertido en un lugar de refugio de miles de occitanos que escapaban de las masacres en las mal llamadas guerras de religión. Felipe de las Españas, temiendo que aquellos refugiados inocularan el protestantismo en Catalunya, ordenó intervenir la Iglesia catalana y la convirtió en un instrumento policial y represor al servicio de la ideología del régimen. Fueron sustituidos los cargos más estratégicos de la Iglesia catalana, hasta entonces ejercidos por personalidades del país. Y fueron provistos por elementos de la curia eclesiástica castellana; que intentarían repetidamente introducir la prédica en castellano; como el elemento que, acompañado de la religión, tenía el objetivo de uniformizar la sociedad hispánica.