Tal día como hoy del año 1640, hace 379 años, en el contexto de las semanas inmediatamente posteriores al estallido de la Revolución de los Segadores (7 de junio de 1640), el virrey hispánico García Gil de Manrique y Maldonado juraba su cargo ante los representantes de la Generalitat y del Consell de Cent. Gil de Manrique relevaba a Enric de Cardona, que tan sólo había ejercido su cargo durante seis semanas y que, según la investigación historiográfica, había muerto envenenado. En su momento, Cardona había relevado a Dalmau de Queralt, que había sido asesinado en la playa de Montjuïc, cuando abandonaba la ciudad huyendo del motín del Corpus de Sangre. Los causantes de las muertes de Queralt y de Cardona no fueron nunca detenidos.

Según la investigación historiográfica, el nombramiento de Gil de Manrique obedecía a una estrategia trazada por Felipe IV y su ministro plenipotenciario Olivares. Incapaces de resolver políticamente la cuestión catalana, habían nombrado a un virrey con un perfil conciliador y muy bien relacionado con las instituciones catalanas: Gil de Manrique ―nacido en Castella― era obispo de Barcelona, había sido presidente de la Generalitat, y hablaba y escribía perfectamente en catalán. Pero, a la vez, aquel nombramiento representaba un ultimátum a las instituciones políticas catalanas: la condición eclesiástica del virrey (generalmente había sido un cargo reservado a un militar) dejaba el puente entre la corona y Catalunya en una posición de extrema fragilidad.

Las sospechas de los representados políticos catalanes se confirmarían poco después. Juan de Garay, capitán de los Tercios de Castilla acuartelados en Perpinyà, con el pretexto que las autoridades catalanas negociaban un tratado político y militar con la monarquía francesa, ordenó una batida policial ―totalmente arbitraria― que tenía un propósito claramente amenazador. Eso provocaría un conflicto político entre la Generalitat y la oficina del virrey que Gil de Manrique ―condicionado por la relación que lo unía con los representantes políticos catalanes― resolvería castigando a Garay. Acto seguido, Olivares lo destituiría y lo sustituiría por el militar castellano Pedro Fajardo de Zúñiga, marqués de Los Vélez; abriendo, decididamente, el camino de la resolución del conflicto por la vía militar.