Tal día como hoy del año 1640, hace 378 años, el rey hispánico Felipe IV ―a propuesta de su ministro plenipotenciario el conde-duque de Olivares― firmaba en Madrid el nombramiento de Enrique de Aragón-Cardona-Córdoba (barón de Entença, conde de Empúries y de Prades, duque de Cardona y de Sogorb, y una de las primeras fortunas patrimoniales del Principat) como nuevo virrey hispánico de Catalunya. Su antecesor, Dalmau de Queralt ―conde de Santa Coloma―, había sido asesinado en misteriosas circunstancias nueve días antes (7 de junio) coincidiendo con las grandes revueltas populares en Barcelona (Corpus de Sangre) que señalarían el inicio de la revolución y guerra de los Segadors (1640-1652).
Enrique de Aragón ya había ejercido el cargo de virrey de Catalunya con anterioridad en dos ocasiones (1630-1632 y 1633-1638). Y aunque sus políticas no habían hecho más que incrementar la tensión social (levas militares forzosas, alojamientos militares forzosos, cobros de impuestos extraordinarios por el mantenimiento de los militares), Felipe IV y Olivares pensaron que, en su calidad de duque de Cardona y como jefe natural de la nobleza catalana, evitaría que las élites del país ―sobre todo la nobleza― se comprometieran con la causa popular. Enrique de Aragón, aunque sufría una enfermedad terminal, aceptó el nombramiento y tres días después (19 de junio) tomaba posesión del cargo en Barcelona.
El nombramiento de Aragón no respondía ni a las características de la sociedad catalana (Catalunya, a diferencia de Castilla, ya no tenía una clase nobiliaria poderosa), ni a los elementos que habían provocado aquella crisis (en Catalunya, a diferencia de Castilla, las tropas hispánicas eran vistas como un ejército extranjero). Aragón, durante su corto mandato ―murió 36 días después― y aunque arrestó y encarceló a los dos generales hispánicos que habían ordenado saquear la Selva y el Empordà y asesinar a centenares de personas, no conseguiría atraer a las élites mercantiles catalanas ―las clases rectoras del país― que sólo habían tomado partido por la revolución, sino que habían pasado a liderarla.