Tal día como hoy del año 1883, hace 139 años, se inauguraba el cementerio de Montjuïc, también conocido el Cementerio del Suroeste, que, en un primer momento, fue la necrópolis más grande de Barcelona y de Catalunya. Actualmente, conserva la categoría de necrópolis más grande de la capital catalana. El cementerio de Montjuïc nació fruto de los postulados de la cultura higienista, que abogaba para crear medidas que mejoraran la salubridad de las ciudades y que proponía, entre otras cosas, trasladar las necrópolis fuera de la trama urbana. También, el cementerio de Montjuïc fue edificado para dar respuesta al fuerte incremento demográfico de la ciudad. Desde 1717, Barcelona había duplicado su población cada cuarenta años, y en 1883 ya se aproximaba al medio millón de habitantes.

La montaña de Montjuïc ya tenía una tradición funeraria. Durante la baja edad media (siglos XI en XV) había acogido el cementerio de la comunidad judía local. Pero el establecimiento de la gran necrópolis contemporánea, en el lado de la montaña de Marina de Sants, estuvo motivado por varias causas. Las más importantes eran la existencia del castillo-fortaleza, en poder del ejército español desde la ocupación borbónica de 1714, y que, por imposición del régimen, impedía destinar los terrenos próximos a aquel acuartelamiento a la construcción de obra civil y el fuerte desnivel que, en aquella zona, presenta la colina y que habría dificultado la urbanización de aquel espacio. Finalmente, se acotó un terreno de más 500.000 metros cuadrados con una capacidad para 150.000 sepulturas.

La extensa superficie y la enorme capacidad del cementerio de Montjuïc contrasta con los pequeños cementerios rurales, sobre todo los de la Catalunya pirenaica, que se han mantenido en su tradicional emplazamiento (en la sagrera del edificio parroquial). El cementerio más pequeño de Catalunya es el de Bausen (en el extremo nordoccidental del país de Aran). Esta necrópolis acoge una única sepultura que explica una emotiva historia. Al principio del siglo XX, una pareja del pueblo, Sisco y Teresa, pidieron casarse, pero el rector y el obispo les denegaron el permiso argumentando que eran parientes. Pocos años después Teresa murió, y el rector se negó a enterrarla en el cementerio parroquial porque "había vivido en pecado". Acto seguido, los vecinos de Bausen construyeron un pequeño cementerio que acogería una única sepultura: la de Teresa.