Tal día como hoy del año 1149, hace 869 años, el conde de Barcelona y príncipe de Aragón Ramon Berenguer IV firmaba la cesión de unos terrenos de propiedad condal en el valle alto del río Francolí, dentro del término actual de Vimbodí-Poblet (Conca de Barberà), al abad Sanç, representante de la comunidad cisterciense de Fontfreda (Languedoc), para edificar un monasterio. El acta de promoción de Poblet vendría seguida de una segunda cesión con el mismo propósito y a favor de la misma orden religiosa, en el valle alto del río Gaià, dentro del término actual de Aiguamúrcia-Santes Creus (Alt Camp), y al representante de la comunidad cisterciense de la Granselva (Occitania).

La relación entre el poder condal catalán y la orden monástica del Cister se explicaría por las especiales circunstancias históricas de la época. En poco más de cincuenta años (finales del siglo XI-mediados del siglo XII) el casal de Barcelona había desplazado la frontera desde la orilla del río Llobregat hasta la del Ebro; incorporando aquello que, más adelante, se denominaría la Catalunya nueva y duplicando, prácticamente, la superficie de sus dominios territoriales. La fuerza demográfica de los condados de Barcelona y de Urgell había permitido repoblar con éxito el Camp de Tarragona y los valles bajos del Segre, del Cinca y del Ebro (las ciudades y alrededores de Lleida, Fraga y Tortosa, respectivamente).

Grabado de Citeaux (1689). Cuna del Cister / Fuente: Bibliotheque Nationale de France

Pero quedaba un gran vacío poblacional en el sector montañés prelitoral, que separa la cornisa mediterránea y las llanuras interiores del país, cuando menos de población controlada y encuadrada. La región de las sierras del Tallat (Urgell y Conca de Barberà) y de Prades (Conca de Barberà y Priorat) estaban relativamente ocupadas por población fugitiva que, décadas antes, había escapado de la superpoblación que afectaba a los condados pirenaicos y, sobre todo, de la violencia que los barones feudales ejercían sobre aquella población. Las cuevas de l'Espluga de Francolí, por ejemplo, habían sido reocupadas, tres mil años después del Neolítico, por una comunidad campesina que vivía en un régimen de absoluta libertad.

Grabado de Poblet (Siglo XVIII) / Fuente: Monasteris.cat

La divisa de la orden cisterciense era "Ora et labora" (reza y trabaja). Habían sido uno de los principales motores de las políticas de colonización agraria en las regiones boscosas del reino de Francia y de los condados de Occitania. Los monasterios del Cister se articulaban como verdaderos núcleos de explotación de los recursos del territorio; y no tan sólo utilizaban la mano de obra de la comunidad, sino que también dirigían masas importantes de población que quedaban vinculadas a su autoridad. El Cister sería la piedra angular de la colonización agraria de las zonas más despobladas del país. Estimularía la inmigración de población pirenaica y occitana. Y acabaría con las comunidades de campesinos libres.