Tal día como hoy del año 1149, hace 870 años, las huestes de los condes independientes Ramón Berenguer IV de Barcelona y de Armengol VI de Urgell rompían las últimas defensas de la ciudad islámica de Lárida y tomaban posesión de la plaza. A partir de aquel momento, pasaría a llamarse Lleida (una evolución lingüística del topónimo latino Ilerda), tal como era conocida entre la población de los dominios cristianos catalanes y aragoneses. A pesar de que Ramón Berenguer IV ya había sido prometido con Petronila de Aragón ―y, por lo tanto, era príncipe de Aragón―, aquella empresa militar fue exclusivamente catalana y Lleida y su amplio territorio (la antigua taifa de Lárida) quedaron incorporados al condado independiente de Barcelona.
La conquista catalana de Lleida ―a las puertas de las bodas entre Ramón Berenguer IV y Petronila― generó una serie de tensiones entre las cancillerías catalana y aragonesa. El reino de Aragón codiciaba la conquista de Lleida y su territorio como aparte del territorio de la antigua nación noribérica de los ilergetes, que abarcaba los valles de los ríos Segre, Cinca y Alcanadre. De hecho, algunos historiadores aragoneses sostienen que en las Cortes de Aragón siempre hubo una silla reservada a Lleida que nunca estuvo ocupada. Pero la política de la cancillería barcelonesa, que había proyectado cerrar el paso en el mar en el reino aragonés que habría impedido la expansión catalana hacia el sur, se materializaría con la conquista de Tortosa (1148) y de Lleida (1149).
Después de la conquista, gran parte de la población musulmana fue expulsada y únicamente quedó una minoría (descendientes de autóctonos islamizados) que quedó situada en el barrio del Hort de Santa Teresa. Esta minoría desaparecería absorbida por la nueva mayoría cristiana; y a mediados del siglo XVI, el Hort de Santa Maria era el barrio de la comunidad gitana local. En cambio, los nuevos pobladores ―que siguieron a las huestes de Ramón Berenguer y de Armengol― llegaron de los condados de Urgell, Pallars, Osona y Cerdanya, se van mezclaron con la minoría cristiana autóctona que habían trascendido la larga dominación islámica ―situada al Peu de Romeu y que hablaban un latín vulgar similar a la lengua de los conquistadores― y el catalán se convertiría en la lengua de la ciudad.