Tal día como hoy del año 1939, hace 79 años, la prensa de la época se hacía eco de que Ramón Serrano Suñer, ministro de Gobernación del segundo gobierno franquista (11/08/1939-20/05/1941) había firmado el día 12 el orden ministerial que concedía la Medalla Penitenciaría de Oro a Isidro Castrillón López que, desde la ocupación de Barcelona (26 de enero de 1939), era el máximo responsable carcelario del régimen dictatorial en Catalunya. Según varias fuentes documentales era el responsable de una veintena de centros penitenciarios que, en algunos momentos llegaron a concentrar a 50.000 reclusos; y era, también, el autor de la cita "Hablo a la población reclusa; tenéis que saber que un preso es la diezmillonésima parte de una mierda".
Castrillón tenía una trayectoria estrechamente relacionada con la rebelión militar de 1936. Según la prensa de la época, al estallido del conflicto (julio de 1936) era director de la Prisión Provincial de Ávila y, sin ninguna orden judicial, excarceló el líder falangista castellano Onésimo Redondo "y demás falangistas que allí sufrían cautiverio". Poco después, la Junta de Burgos (el gobierno franquista durante el conflicto) lo nombraría director de la Prisión Provincial de Guipúzcoa "prestando relevantes servicios". Y más tarde "cuando las tropas del invicto Generalísimo Franco conquistaron para España Barcelona y toda la región catalana fué designado para la organización de todas las prisiones, donde ha continuado su labor con satisfacción".
Durante los primeros años de la posguerra, Castrillón sería el carcelero de Catalunya con plena satisfacción del régimen dictatorial franquista y de sus políticas represivas; y sería, también, el arquetipo del alto funcionario destinado a Catalunya con una misión concreta. Desde la prisión Model de Barcelona, dirigiría la etapa más negra de la historia penitenciaria de Catalunya. Haría buena su cita: masificaría la prisión Modelo que, el año 1940, llegaría a concentrar a 18.000 reclusos (veintidós veces su capacidad), la convertiría en un santuario de castigos y de torturas y en un contenedor de enfermedades (sarampión, difteria, varicela, escarlatina, tuberculosis) que, al margen de las ejecuciones dictadas por los tribunales militares franquistas, costarían un mínimo de 422 muertos.