Tal día como hoy del año 1641 en Barcelona, hace 376 años, Pau Claris, president de la Generalitat de Catalunya, proclamaba la primera República catalana. Meses antes –Corpus de 1640– había estallado la revolución de los Segadors, en un escenario de tensión extrema entre la corte de Madrid y las instituciones de gobierno catalanas. Aquella República tuvo una vigencia efímera. Siete días en una primera fase, hasta que el gobierno catalán, acondicionado por el avance de los ejércitos españoles, cedió a las presiones francesas y proclamó a Lluís XIII conde de Barcelona. Y treinta y tres días más en una segunda fase que cierra con la muerte repentina –por envenenamiento– del president.
Tal día también como hoy del año 1716 en Madrid, hace 301 años, Felipe V –el primer Borbón español– firmaba el Decreto de Nueva Planta; que significaba la desaparición del edificio político catalán –con una tradición propia y una historia soberana que se remontaban al siglo IX. Catalunya fue incorporada a la Corona de Castilla. La Nueva Planta era un modelo colonial de dominio, aculturación y administración. Las instituciones de gobierno fueron abolidas; las élites políticas fueron suplantadas por elementos del aparato funcionarial castellano; la economía y la fiscalidad pasaron a estar controladas desde Madrid; y la lengua y la cultura pasaron a ser proscritas y perseguidas.
En el transcurso de los 75 años que separan estas dos fechas (1641-1716), Catalunya y la monarquía hispánica se enfrentaron en dos guerras. Catalunya vivió dos proclamas de independencia. La de 1641 y la de 1713; con un resultado desigual. La primera se saldó con un relativo empate: Catalunya volvió al imperio Habsburgo manteniendo el status político semiindependiente garantizado desde la unión dinástica de los Reyes católicos (1469). Y la segunda significó una derrota trágica en todos los campos: político, social, cultural, económico y demográfico. Y la pérdida de la oportunidad histórica de avanzar hacia el liberalismo social, político y económico que ensayaban las potencias atlánticas: Holanda, Inglaterra y, en un futuro, los Estados Unidos.