Tal día como hoy del año 1982, hace 36 años, se producía una tromba de agua, a causa del fenómeno meteorológico conocido como gota fría, principalmente sobre las comarcas del Alt Urgell, Cerdanya y Pallars Sobirà, y sobre el Principado de Andorra, que desbordaría los ríos Segre, Valira y Noguera Pallaresa y provocaría graves inundaciones en todos los pueblos y ciudades situados a lo largo de sus cursos fluviales. Aquel aguacero empezó hacia las tres de la tarde del día anterior y se prolongó, con muchísima intensidad, hasta al mediodía del 8 de noviembre. En el observatorio de la Molina (Cerdanya) se registraron 600 litros/m2 en poco menos de veinticuatro horas.
Aquel episodio de lluvias torrenciales provocó el crecimiento repentino del caudal del río Segre, que recoge las aguas de todas las corrientes fluviales del Pirineo occidental catalán. El día 8 ―al día siguiente del inicio de la tormenta― el río Segre en Oliana (Alt Urgell) llevaba un caudal de 1.856 m3/seg (cincuenta y ocho veces su caudal habitual); y en Lleida, alcanzaría una punta de 2.385 m3/seg (veintiocho veces su caudal habitual). En la capital del Segrià la corriente del agua alcanzó quince metros de altura sobre su nivel habitual: superó la Banqueta (el paseo sobre el muro de canalización) e inundó totalmente buena parte del barrio histórico y de los barrios de Pardinyes y de Cap del Pont.
Un caso paradigmático de la dimensión de aquella catástrofe sería el pueblo de Pont de Bar (Alt Urgell), de 170 habitantes, que desaparecería para siempre. En conjunto, aquel episodio catastrófico se saldaría con la muerte de veintiséis personas arrastradas por la violencia de las aguas: catorce en Catalunya y doce en el Principado de Andorra. Y pérdidas materiales por valor de 45.000 millones de pesetas, tanto en viviendas, comercios y explotaciones agrícolas y ganaderas; como en infraestructuras viales. En cambio, Televisión Española ―entonces el único medio audiovisual en el Estado español― abriría todos los informativos con la visita oficial del pontífice Juan Pablo II, y dedicaría una cobertura mínima a la catástrofe.