Tal día como hoy del año 1700, hace 317 años, el nieto del rey Luis XIV de Francia era coronado, en Versalles, rey de la monarquía hispánica con el nombre de Felipe V de Castilla y IV de Aragón. De esta forma se hacía efectivo el testamento de Carlos II, el último monarca hispánico de la casa de Habsburgo; a favor de Felipe de Anjou, que a partir del hecho adoptaría el patronímico familiar y se convertiría en el primer monarca hispánico de la casa de Borbón. Durante los últimos años del reinado de Carlos II —profundamente incapacitado y sin descendencia— se postularon hasta tres candidatos a ocupar el trono. Felipe de Borbón era uno por su condición de nieto de la hermana de Carlos II.
El primer testamento de Carlos II, protocolizado cuatro años antes de su muerte, designaba como sucesor en el trono hispánico al príncipe José Fernando de Baviera —un niño de tres años de edad de la casa de Habsburgo—; con una cláusula secreta que indicaba que en caso de muerte prematura del bávaro, la herencia pasaría a manos de su abuelo, el emperador romanogermánico Leopoldo. La muerte inesperada de Josep Ferran (1699), anterior a la de Carlos II, y la maniobrabilidad de los espías franceses, ingleses y neerlandeses infiltrados en la Corte de Madrid, que alarmaron a sus gobiernos; abrió el proceso hereditario a Felipe de Borbón y a Carlos de Austria, nieto de otra hermana de Carlos II.
Una parte importante de la historiografía sostiene que Carlos II testó a favor del austríaco, en buena parte presionado por los representantes de las potencias europeas que habían conseguido que el candidato Habsburgo adquiriera los derechos del difunto José Fernando a cambio de la renuncia de la cláusula secreta. Es decir que, en caso de muerte prematura del candidato Habsburgo, se evitaba la posibilidad de una unión personal entre las monarquías austríaca e hispánica. En cambio, Luis XIV de Francia no quería renunciar a ejercer como heredero de su nieto, el futuro Felipe V. Y de hecho no lo haría hasta el 15 de noviembre de 1700, cuando se proclamaría a Felipe V como rey de la monarquía hispánica.
Esta misma corriente historiográfica sostiene que el último testamento de Carlos II —firmado en el lecho de muerte— fue falsificado. El trazo de la firma no se corresponde con el de una persona moribunda que, las mismas fuentes que avalan aquel último testamento, dibujan como un cadáver viviente sin voluntad. Según esta corriente historiográfica, las sospechas recaerían sobre el partido cortesano del cardenal Portocarrero —ministro plenipotenciario— que buscaría situar un miembro de la dinastía más poderosa de Europa para evitar la disolución de la unidad del edificio político hispánico. La entronización de Felipe V sería el principio de una larga tutela francesa sobre la política y la economía hispánicas.