Tal día como hoy del año 1258, hace 760 años, se firmaba en Corbeil (una villa situada a cuarenta kilómetros en el sureste de París) el tratado del mismo nombre, entre los representantes de la cancillería de Luis IX de Francia y de Jaime I de Barcelona-Aragón. Aquel tratado confirmaba, por una parte, el fin de la influencia catalana sobre los condados del Languedoc y de la Provenza; y de la otra, la aceptación de la independencia de los condados catalanes —que se había producido de facto el año 985— con respecto a la monarquía francesa. Después del tratado el casal de Barcelona retendría en territorios occitanos, únicamente y efímeramente, el vizcondado de Carlat y las baronías de Montpellier y Omeladès.
Medio siglo antes, el año 1208, la confesión cátara —los albigenses o buenos hombres— había ganado miles de adeptos en Occitania, entonces un rompecabezas de condados semi-independientes. La monarquía francesa, que había firmado una alianza con el Pontificado, disfrazó aquella guerra expansiva hacia el sur como una cruzada. Sólo en Besiers (Languedoc) Simó de Montfort había ordenado degollar a 20.000 personas (1209). Poco después, el año 1213, el ejército catalano-aragonés de Pedro I, que tenía que detener las agresiones que sufrían los condados aliados occitanos, sufrió una derrota colosal en la decisiva batalla de Muret (1213) que significaría el fin de la presencia catalana en Occitania.
El Tratado de Corbeil (1258) no era más que la confirmación de una situación de facto que, con anterioridad, había desviado Occitania de la órbita política de Barcelona hacia la de París. Después de Muret, Jaime I —el hijo y heredero de Pedro I— reorientaría la expansión catalana hacia el mar (Mallorca) y hacia el sur (País Valencià). Y Corbeil sería también el reconocimiento a una situación de facto que se remontaba a tres siglos antes, cuando el conde Borrell II de Barcelona no renovó el pacto de vasallaje con el rey francés Hugo Capeto (985). Luis IX de Francia, como descendiente de Carlomagno y de Hugo Capeto, renunciaba definitivamente a los derechos que la monarquía francesa había tenido sobre los condados catalanes.