Tal día como hoy del año 1641, hace 378 años, en el contexto de la Guerra de los Segadores (1640-1652), el ejército de Catalunya derrotaba a las tropas hispánicas del rey Felipe IV, comandadas por el marqués de Los Vélez, en la batalla de Montjuïc. Era la primera vez desde el inicio del conflicto (julio de 1640) que el ejército de Catalunya conseguía detener la progresión de las tropas hispánicas, que se había iniciado en Tortosa y siguiendo la línea de la costa habían devastado todos los pueblos y villas hasta Martorell. Había sido significativamente relevante la actuación hispánica en Cambrils, el 14 de diciembre de 1640, que habían saldado con la ejecución de 700 prisioneros de guerra catalanes y el saqueo y el asesinato de más de 300 personas que formaban parte de la población civil de la villa.
La batalla de Montjuïc venía precedida de la derrota catalana que se había producido cuatro días antes en Martorell, y que había permitido el acceso de las tropas hispánicas a Barcelona. Acampados en Sants y dispuestos a tomar Barcelona al asalto, las tropas hispánicas lo fiaron todo a su superioridad numérica (24.000 atacantes contra 6.000 defensores) hasta el extremo de que se acercaron a la muralla sin ningún tipo de precaución. Por otra parte, el acierto de las artillerías catalanas situadas en la muralla de la ciudad y en el castillo de Montjuïc, combinadas con las rápidas salidas de la caballería y de la infantería, comandadas por los coroneles Tamarit y Cabanyes, convertiría los atacantes en un dantesco campo de cadáveres, donde morirían, también, los principales oficiales de Los Vélez.
Poco después, cuando Los Vélez tuvo conocimiento de que llegaba un destacamento de 6.000 efectivos franceses comandados por el mariscal La Mothe (enviados por el cardenal Richelieu en cumplimiento de los pactos iniciáticos de la alianza catalanofrancesa firmada en Ceret el septiembre anterior), ordenó la retirada hacia Tarragona. Aquella retirada fue tan dantesca como la derrota militar propiamente: la caballería y la infantería catalanas fustigaron la retaguardia hispánica en su huida, y en el campo hispánico se produjeron numerosas deserciones. La trascendencia de aquella derrota provocaría el cese y caída en desgracia de Los Vélez, convertido en el chivo expiatorio de las políticas catalanas del rey Felipe IV y de su ministro plenipotenciario Olivares.