Tal día como hoy del año 1492, hace 531 años, en Granada; los reyes Fernando II e Isabel I, nombrados los Reyes Católicos, firmaban el Decreto de la Alhambra, que imponía a los judíos que residían en los territorios de las coronas catalanoaragonesa y castellanoleonesa, la conversión al cristianismo o la expulsión de los dominios de la monarquía hispánica. Las comunidades judías peninsulares tenían un largo arraigo en el territorio peninsular, que remontaba a la época de la dominación romana (a partir del siglo II). La investigación arqueológica ha puesto de relieve la existencia de potentes comunidades judías en las principales ciudades peninsulares de la Hispania romana, como por ejemplo en Tárraco.

Después de los pogromos de 1391, las comunidades judías entraron en crisis. Muchas juderías asaltadas y arruinadas por aquella explosión de violencia no se recuperaron nunca, como por ejemplo la de Barcelona. Entre 1391 y 1492 la comunidad judía catalana sufrió una importante reducción, básicamente de sus élites, que reaccionaron de forma opuesta. Por una parte, hubo un goteo importante de conversiones; y, por la otra, se produjo una diáspora hacia ciudades comerciales de la península italiana que no presionaban las comunidades judías. Durante aquella época (1391-1492) se hizo célebre la frase "Quien va a Liorna, no vuelve".

El año 1492, Catalunya conservaba una población judía estimada en unas 50.000 personas, que representaban el 15% del total del país. Pero, en cambio, solo se marcharon unas 8.000, que representaban el 15% de la comunidad judía catalana. El resto se quedaron y se convirtieron al cristianismo. Adoptaron apellidos cristianos, en la mayoría de ocasiones, el del padrino de bautizo (que podía ser un amigo o un vecino) y abandonaron su religión y su cultura. En algunas familias judías conversas, como sería el caso de la comunidad local de Reus, se han transmitido desde entonces y durante siglos el secreto de su origen y de su identidad estando en el lecho de muerte.