Tal día como hoy del año 1798, hace 227 años, en Épila (Aragón), moría Pedro Pablo Abarca de Bolea y Ximénez de Urrea, conde de Aranda y uno de los principales terratenientes de Aragón. Aranda había nacido en 1719 en Siétamo (Aragón) en una de las escasas familias de la nobleza aragonesa que durante la Guerra de Sucesión (1701-1715) se habían alineado con el bando borbónico. Posteriormente, cursaría la carrera militar y alcanzaría el grado de capitán general, que lo llevó a dirigir el ejército español en la Guerra Fantástica contra Portugal (1762-1763), que se saldaría con la escandalosa derrota de las tropas de Aranda y la pérdida de más de 20.000 soldados (muertos en el campo de batalla, desertores y capturados por los portugueses).

A pesar de este estrepitoso fracaso, que en otro escenario político le habría costado una condena, como mínimo, al ostracismo, Aranda fue promovido a presidente del Consejo de Castilla (1766-1773), un cargo equivalente al del actual presidente del Gobierno, y durante el último cuarto del siglo XVIII lideró un partido cortesano denominado partido aragonés (por el origen de su jefe), que rivalizó por el poder con el partido tradicionalista aristocrático liderado por Zenón de Somodevilla, marqués de la Ensenada y por José Moñino, conde de Floridablanca. También ejerció como embajador español en Francia, durante los años precedentes a la Revolución, y después fue secretario de Estado (equivalente a ministro) de Asuntos Exteriores.

Pero Aranda fue el causante de la transformación física de los Monegros, el gran espacio árido situado en el centro de Aragón. Hasta la llegada de Aranda al poder, la mitad sur de los Monegros era una gran masa forestal de encinas, de propiedad comunal y que, históricamente, se había destinado a pastos de invierno de los grandes rebaños trashumantes aragoneses y a bosque de leña de los pueblos y villas de su periferia. Aranda aprovecharía que el Fuero aragonés que protegía la naturaleza jurídica y económica de los Monegros había sido abolido con la ocupación borbónica de 1707 (Guerra de Sucesión hispánica) y que aquel gran espacio había sido confiscado por la Corona española.

Los Monegros fueron parcelados y vendidos a latifundistas para recuperar las maltrechas finanzas públicas. De su antiguo uso pecuario, solo se conservarían las cañadas que atravesaban aquel espacio y que conectaban los tradicionales pastos de verano (Pirineos navarros y aragoneses) con los nuevos pastos de invierno (Maestrazgo aragonés y valenciano). Y serían deforestados y convertidos en tierra de cereales. Con la pérdida de la masa forestal y con las escasas pero violentas lluvias de la zona, se produciría un fenómeno de rápida erosión, que desplazaría la fina capa de suelo fértil de superficie hacia los barrancos y hacia el río Ebro. Y se produciría el rápido agotamiento de los débiles caudales que alimentaban los estanques y su progresiva salinización.