Tal día como hoy, hace 41 años, moría en Madrid el general Franco. Con la desaparición física del dictador –jefe de estado vitalicio– se vislumbraba el principio del fin de un régimen dictatorial nacionalcatólico que durante 36 años había perseguido hasta la extenuación a la lengua y la cultura catalanas, con el objetivo de exterminar –físicamente si hacía falta– la nación catalana. Catalunya tuvo que resistir la etapa más difícil de su historia moderna y contemporánea, solo comparable al periodo de represión que siguió la derrota de 1714. El primer Borbón y el dictador Franco son la personificación del odio a Catalunya, sobre el cual descansa –y se justifica– cierto españolismo contemporáneo.
“Convertiremos Madrid en un vergel, Bilbao en una gran fábrica y Barcelona en un inmenso solar”. Esta frase de Queipo de Llano, uno de los colaboradores directos de Franco, resume la idea central del franquismo: el culto a la muerte y la liquidación de Catalunya. Después de la guerra (1936-1939) Catalunya fue convertida en un gran cementerio dominado por una atmósfera de terror y de represión; contra la lengua catalana, símbolo de identidad del pueblo catalán, y contra las instituciones catalanas, símbolo de la libertad de la nación catalana. Y contra la propia vida: Catalunya fue sometida a una durísima posguerra dominada por la miseria, enfermedades y muerte.
Durante la década de los cuarenta y buena parte de los cincuenta –al margen de las leyes dictadas claramente persecutorias– se instituyó un control absoluto sobre la vida privada de las personas. El régimen franquista contaba con una red de colaboradores anónimos infiltrados en la sociedad que denunciaban todas las prácticas consideradas subversivas. Hablar o escribir en catalán era una. La lengua catalana era considerada enemiga de la españolidad atávica y eterna, nervio ideológico del régimen. Telefonistas, carteros, conserjes, serenos y otros elementos denunciaron amigos y vecinos que en algunos casos fueron multados con fuertes sanciones económicas, y en otros lo pagaron con detenciones, vejaciones, torturas y penas de prisión.