Tal día como hoy del año 879, hace 1.146 años, en Compiègne (reino de Francia) moría el rey Luis II, tataranieto y nieto, respectivamente, de los emperadores francos Carlomagno y Luis el Piadoso; e hijo de Carlos II, el primer monarca del reino de Francia desde que había sido fragmentado el imperio carolingio (843). Por lo tanto, Luis II —que sería conocido como “el Tartamudo”— sería el segundo rey de Francia, y el último monarca francés que nombraría a los condes de la Marca de Gotia (la región que abarcaba los actuales territorios de Languedoc y la Cataluña Vieja). En aquel contexto histórico, el conde no era un título nobiliario, sino un cargo político y militar: era el delegado del poder central en un territorio que era nombrado y cesado por el rey a propuesta de la cancillería real.
La división del imperio carolingio entre los tres nietos de Carlomagno (843) había debilitado notablemente el poder central. Los tres nuevos poderes centrales resultantes de aquella división serían mucho más débiles y sufrirían una progresiva usurpación del bien público (castillos, ejército, tributos) en beneficio de los barones territoriales (los condes o delegados en los territorios) que sería el inicio del régimen llamado feudal. En la mitad sur de los condados de la Marca de Gotia (Barcelona-Girona-Osona, Urgell-Cerdanya, Roselló-Empúries) surgiría la figura del conde Wifredo, de la estirpe del optimate Bellón de Carcasona, muy bien relacionada con el poder central. Eso no sería un impedimento para que Wifredo se sumara a esta dinámica feudalizante generalizada.
El año 878, el rey Luis II (que entonces tenía 32 años y ya hacía 2 que reinaba) nombró a Wifredo, en aquel momento conde de Urgell-Cerdanya desde el 870 por Carlos II (padre y antecesor de Lluís), nuevo conde de Barcelona-Girona-Osona. Con aquel nombramiento, Wifredo pasaba a gobernar los territorios entre los ríos Segre (en el norte) y Llobregat (en el sur), y a su muerte (897) se convertiría en el primer conde de la Marca de Gotia que transmitiría el cargo de forma hereditaria, sin intervención del poder central. No obstante, durante un siglo (entre la muerte de Wifredo el 897 y la no renovación del pacto de vasallaje el 987), los condes catalanes, que eran todos descendientes de Wifredo, continuaron política y militarmente vinculados al reino de Francia.