Tal día como hoy del año 1558, hace 466 años, en Westminster (Inglaterra), moría María Tudor, hija del rey Enrique VIII y de Catalina de Aragón; y, por tanto, nieta de Fernando el Católico; que había sucedido en el trono a su hermanastro pequeño Eduardo VI (muerto prematuramente y sin descendencia) y que reinó como María I. La ultracatólica María fue conocida con el mote de "Bloody Mary" (la sanguinaria María), por la terrible represión que desplegó contra los anglicanos. Durante su corto reinado (1553-1558) su policía practicó miles de detenciones y su tribunal real sentenció a muerte a centenares de personas.
María era la única hija del rey Enrique VIII de Inglaterra y de su primera esposa, Catalina de Aragón. A pesar de su primogenitura, nunca estuvo en la línea sucesoria. La confesión católica de su madre y su propia radicalidad religiosa la habían apartado de la sucesión e, incluso, de la corte. Desde que su padre se separó de su madre hasta que fue rescatada para ser coronada (1533-1553) vivió recluida en una casa de campo, en Kimbolton (en el centro del país), totalmente apartada de la corte. Durante aquel retiro forzoso murió su madre (1536) y ella radicalizó su ideología y alimentó su odio contra su padre y contra sus madrastras y hermanastros.
A la muerte de su hermanastro pequeño Eduardo VI, las élites anglicanas coronaron a su sobrina Juana Grey. En aquel momento no parecía que nada fuera a cambiar el destino de María, pero apenas nueve días después, la aristocracia latifundista católica provocó el destronamiento de Juana y la coronación de "Bloody Mary". Después de ser coronada, se casó con su primo-sobrino, el ultracatólico Felipe II, rey de la monarquía hispánica. Y durante aquel extraño matrimonio (hacían vida por separado, él en Madrid y ella en Londres, y solo tenían esporádicos encuentros); María vivió varios embarazos psicológicos. Murió a los cuarenta y dos años a causa de un cáncer de útero.