Tal día como hoy del año 1890, hace 135 años, en Sanlúcar de Barrameda (Andalucía); moría Antonio de Orleans, duque de Montpensier; décimo hijo del rey Luis Felipe I (último monarca Borbón de Francia), esposo de la infanta María Luisa (segunda hija del rey Fernando VII de España y hermana pequeña de la reina Isabel II de España) y padre de la reina-consorte María de las Mercedes, primera esposa de su sobrino, el rey Alfonso XII. Desde que se casó con María Luisa y hasta que murió (1846-1890), estuvo implicado en todas las intrigas y tramas por el control de los negocios y del poder en Madrid, cambiando a menudo de bando y siempre a conveniencia de sus intereses personales. La historiografía actual lo cataloga como el personaje más conspirador de aquella España convulsa de guerras civiles carlistas y de golpes de Estado militares.
Montpensier siempre aspiró a ceñirse una corona. Y con este objetivo fue, por ejemplo, el protagonista de una sórdida trama urdida por su suegra, la reina-madre María Cristina de Borbón y su padre Luis Felipe I (1846); para derrocar por las armas el gobierno de la República de Ecuador y convertir aquel Estado en una monarquía, con él mismo y María Luisa en el trono; y con el objetivo de absorber las repúblicas vecinas de Perú, de Colombia y de Venezuela y restaurar el antiguo virreinato colonial de Nueva Granada, convertido en una monarquía borbónica americana. Aquel complot contaba con una fuerza de miles de mercenarios y un importante despliegue de recursos armados. Cuando fue descubierto se convirtió en un formidable escándalo internacional y los gobiernos británico y norteamericano obligaron a Montpensier a renunciar.
También estuvo implicado en todas las tramas urdidas por los sectores más reaccionarios del poder español con el objetivo de relevar a su desacreditada cuñada Isabel II. Especialmente después de la Revolución Gloriosa (1868). Durante el periodo de interregno (revolución y destronamiento de Isabel II, 1868 – coronación de Amadeo I, 1871) había maniobrado constantemente, siempre con el apoyo de los sectores más reaccionarios del poder español, para sentarse en el trono; e incluso, la prensa de la época lo señalaría como el autor intelectual del asesinato del general Prim (1870), presidente del Gobierno y hombre fuerte del poder de la época. Prim destronó a los Borbones, los relevó por un Saboya, y estaba negociando la venta de Cuba (la base de los negocios ilegales de la borbónica "camarilla del bolsillo secreto") a los Estados Unidos.