Tal día como hoy del año 1709, hace 315 años, en Toledo, moría Luis Manuel Fernández de Portocarrero-Bocanegra y Moscoso, arzobispo de Toledo y cardenal primado de la Corona castellanoleonesa, que había sido virrey de Sicilia y consejero de Estado durante el reinado de Carlos II, el último Habsburgo hispánico. Precisamente, la incapacidad de Carlos II para engendrar descendencia lo llevaría a asumir un papel muy destacado en la corte de Madrid. A principios de 1696, se posicionó a favor de la elección de José Fernando de Baviera, un niño de cuatro años que era nieto, por parte materna, de Leopoldo I de Austria y, por lo tanto, sobrino de Carlos de Habsburgo, el futuro candidato al trono hispánico durante la Guerra de Sucesión (1701-1715).

Pero la prematura, inesperada y sospechosa muerte del niño heredero José Fernando (Bruselas, 6 de febrero de 1699) abrió la caja de los truenos en la corte de Madrid. Y en ese momento, Portocarrero se convirtió en la cara visible y el líder indiscutible de un movimiento cortesano proborbónico que, hasta el momento, se había movido en la clandestinidad. Portocarrero proclamó que Felipe de Borbón, el futuro Felipe V, era la mejor garantía para preservar la integridad territorial del edificio político hispánico, y entre febrero y octubre de 1699 articuló un poderoso partido borbónico en la corte. Este poderoso partido se articuló con la ayuda financiera de Versalles, que empleó grandes cantidades de dinero en la compra de voluntades.

El 28 de abril de 1699, dos meses y medio después de la muerte del heredero José Fernando, Carlos II firmaba un nuevo testamento, en aquel caso a favor de su pariente austríaco Carlos de Habsburgo. Portocarrero reaccionó provocando una rebelión popular en Madrid, denominada el "Motín de los Gatos", que reivindicaba la bajada de los precios de los alimentos básicos, pero que, reveladoramente, acabaría con el incendio del palacio del conde de Oropesa, presidente del Consejo de Castilla, y con la dimisión de este, que había sido el principal valedor de la opción de Carlos de Habsburgo. Con la desaparición de Oropesa de la escena política, Portocarrero —que ya actuaba como primer ministro de la monarquía hispánica— pudo maniobrar con absoluta tranquilidad.

Y dos días antes de la muerte de Carlos II (29 de octubre de 1699), el rey firmó un tercer testamento que invalidaba el anterior, en este caso a favor de Felipe de Borbón, nieto de Luis XIV de Francia. Según las fuentes documentales, en aquel momento, Carlos II era una piltrafa humana, con el cuerpo muy deteriorado (en buena parte, por culpa de los exorcismos que le había practicado el religioso Froilán Díaz), incapaz de sostener una pluma con los dedos y aún menos de firmar un documento. En cambio, la firma del rey aparece con un trazo firme, propio de una persona sana. La investigación historiográfica moderna señala a Portocarrero como el autor de ese último testamento y de la más que probable falsificación de la firma del rey Carlos II.