Tal día como hoy del año 1504, en Medina del Campo (Corona castellano-leonesa), moría la reina Isabel I, que, durante los últimos años de su reinado, había sido llamada la "reina Católica". En este caso, el apelativo de católica no hacía referencia a su confesión religiosa, sino a la pretendida vocación de universalidad de su dominio. Isabel era la hija primogénita del rey Juan II de Castilla y de León y de su segunda esposa, Isabel de Portugal, pero no tenía una posición destacada en la línea sucesoria. Siempre la precedieron su hermanastro Enrique IV (hijo del primer matrimonio del rey) y su hermano Alfonso (que murió prematuramente).

La llegada al trono de Isabel (1474) se produciría después de dos guerras civiles, de la muerte de sus dos hermanos y de la marginación de su sobrina Juana (la primogénita y legítima heredera de Enrique IV y mal nombrada "la Beltraneja"). Isabel sucedería su hermanastro Enrique IV y reinaría durante treinta años (1474-1504) sin oposición de ningún tipo. Pero después de su muerte se abrió la caja de los truenos. Aunque el testamento de la difunta era muy claro (legaba la Corona castellano-leonesa a su hija Juana), su viudo Fernando y su yerno Felipe de Habsburgo —con sus respectivos aliados— se enzarzaron en una lucha por el control del poder en Toledo.

Fernando el Católico pretendía hacer valer su condición de rey-consorte para convertirse en rey-regente, argumentando que su hija Juana, la beneficiaria del testamento de Isabel, sufría una enfermedad mental que la incapacitaba para gobernar. Y Felipe de Habsburgo, con el mismo argumento, pretendía pasar de la categoría de rey-consorte a la de rey-titular y gobernar en solitario. Las clases oligárquicas de la Corona castellano-leonesa tomaron partido, mayoritariamente, por Felipe de Habsburgo, y Fernando fue obligado a renunciar a su objetivo y a abandonar Castilla con una frase que quedaría para la historia: "Viejo catalanote, vuélvete a tu nación".